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jueves, 3 de junio de 2010

Witold Gombrowicz contra los poetas por Juan Carlos Gómez*

Witold Gombrowicz


WITOLD GOMBROWICZ CONTRA LOS POETAS


“El belicoso ensayo ‘Contra los poetas’ me surgió de la irritación, porque durante los largos años que pasé en Varsovia y luego fuera de Varsovia, me enervaban esos poetas con su poeticidad insistente y convencional; estaba ya de esto hasta loa coronilla. En primer lugar fue una reacción contra el ambiente y su desgraciado género. Pero esa rabia me obligó a ventilar todo el problema de escribir versos (...)”
“¿Por qué la batalla que se desató en la prensa a partir de ese artículo no ha aportado nada que merezca atención? Mis adversarios, si quisieran comprender debidamente mi intervención, tendrían que abordarla sobre el fondo de la gran revisión de valores que se está produciendo ahora en todos los campos. ¿En qué consiste? En revelar lo que ocurre entre los bastidores de nuestro teatro (...)” 

“En revelar el hecho de que los fenómenos no son lo que pretenden ser. Sometemos a revisión a la moral, el idealismo, la conciencia, la psique, la historia... Se ha despertado en nosotros el hambre de la realidad, ha soplado el viento de la duda y ha perturbado nuestra mascarada... ¿Iba a ser el arte el único tabú? ¿Acaso no es el arte lo que en primer lugar merece una revisión? (...)”
“Decís que esta institución –la de poesía en verso– funciona desde hace miles de años y que todo el mundo adora la poesía? Esta es precisamente la razón por la que hay que revisar esta adoración. Yo desearía descifrar el verdadero sentido de nuestras relaciones con la poesía  en verso, llegar detrás de la fachada, averiguar cuáles son nuestros sentimientos, y, más aún, hasta qué punto podemos confiar en ellos (...)” 

“Si abordé esta cuestión de la poesía fue para tomar una distancia personal frente a este terreno escabroso, del que nos llega un desagradable tufo a mistificación. Además, la revisión de la poesía en verso sólo podrá producirse en el marco de una revisión incomparablemente más amplia, que abarque nuestra actitud ante toda forma del arte y ante la forma en general en su sentido más amplio (...)”
“De todos modos, mi razonamiento antipoético me parece merecedor de un análisis bien hecho; no lo despacharéis en cinco minutos con cuatro garabatos de vuestra pluma caprichosa, mi idea es nueva y esta basada en un sentimiento auténtico”. Dos de los sucesos más significativos que le ocurrieron a Gombrowicz con el grupo “Sur” tuvieron lugar en la casa de Bioy Casares y en la redacción del diario “La Prensa”. 
En el mismo año de la publicación de “Ferdydurke”, Gombrowicz pronunció una conferencia “Contra los poetas”, un acontecimiento que con el transcurso del tiempo tomaría más relevancia que los otros dos. Gombrowicz le había pedido a Graziella Peyrou, hermana de Manuel Peyrou, que publicara el texto en la revista “Sur”, pero el pedido no tuvo éxito, los colaboradores de Victoria Ocampo lo tiraron al canasto.
Gombrowicz fue inmisericorde con el simbolismo francés y con sus interminables metáforas, desprecio que puso a punto en la conferencia que dio contra los poetas. “Los poetas le rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen la sociedad contemporánea (...)”

“Los ajedrecistas, por ejemplo, consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Valéry y, mutuamente, se rinden todos los honores. Pero el ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que resulta simpático en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable (...)”
“Qué suerte que aquellos que discurren sobre el arte con el grandilocuente estilo de Valéry no se rebajan a semejantes confrontaciones. Quien aborda nuestra misa estética por este lado podrá descubrir con facilidad que este reino de la aparente madurez constituye justamente el más inmaduro terreno de la humanidad, donde reina el bluff, la mistificación; el esnobismo, la falsedad y la tontería (...)”

“Y será muy buena gimnasia para nuestra rígida manera de pensar imaginarnos de vez en cuando al mismísimo Paul Valéry como sacerdote de la Inmadurez, un cura descalzo y con pantalón corto”. Los poetas, sus partidarios y sus acólitos representaban para Gombrowicz la típica conciencia adaptada, son unos obsesos que aprovechan para alimentar su pasión artificial cierto estado de cosas artificial que tiene un origen histórico.
“En una pequeña mesa, unos diez poetas gritan enzarzados en una discusión acalorada. Pero este café tiene una acústica fatal y además a esta hora está lleno de gente, no se oye nada. Así que dije: ‘¿No sería mejor cambiar de café?’, pero mis palabras se perdieron en el tumulto general. De modo que les grité otra vez, y otra más, seguí gritándoles a los oídos de mis vecinos (...)”

“Por fin me di cuenta de que ellos probablemente estaban gritando lo mismo que yo, pero nadie oía a nadie. Gente extraña los poetas. Se reúnen cada semana en un local pero no llegan a ponerse de acuerdo para cambiar de sitio”. Fue quizás este absurdo el que le tomó la mano para escribir el ensayo “Contra los poetas”, en el que les propone un cambio de actitud, de tono y de forma, so pena de quedarse sin salvación.
La conferencia la dio en la librería Fray Mocho y resultó muy agitada, pero las palabras que pronunció fueron tan convincentes que el presidente del Banco Polaco se entusiasmó con su elocuencia y le dio trabajo. La gente, en su mayoría jóvenes, empezaron a hacerle preguntas a Gombrowicz; él respondía con vivacidad. Todos estaban muy animados. Alguien se levantó y empezó a insultar.
Algunos chiflaban. Gombrowicz estaba en su salsa, se sentía muy bien, adoraba el clima polémico. Cuando empezó a hablar se hizo silencio. Gombrowicz  sacó del bolsillo un papel y un reloj  y leyó: “Chip, chip, me decía la chiva/ mientras yo imitaba al viejo rico/ Oh rey de Inglaterra viva/ El nombre de tu esposa Federico”. Hizo una pausa y declaró: –Sé que entre el público hay por lo menos unos veinte poetas (...)”
“Les doy un minuto para la réplica”. Se levantó Córdova Iturburu, y tras él muchos más pidieron hablar. Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se declaró entonces el rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder. Los amigos de Gombrowicz estaban desorientados por el ataque que había llevado contra la poesía.

No era de esperar que un artista como él pudiera atacar el arte en tal forma, no podían suponer que un artista, con una sinceridad que lindaba casi con la ingenuidad, pudiera decir que el arte, especialmente la poesía, lo aburre.  La charla provocó también las  protestas de Adolfo de Obieta, de Graziella Peyrou y de Roger Pla, que eran sus amigos. Gombrowicz anotó algo en sus apuntes.
“Más bien un fracaso. Adolfo atacó fuertemente la charla. Graziella y Pla muy críticos. A la última charla, el jueves 4 de septiembre, asistieron nada más que quince personas, la recaudación fue de veinte pesos. Liquidación”. La tesis de la conferencia que dio Gombrowicz en la librería Fray Mocho el 28 de agosto de 1947 era: a casi nadie le gustan los versos y el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio y falseado.

Fue una reunión tumultuosa, los poetas presentes se empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta revoleó su bastón que rozó la cara de Gombrowicz. Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que Nowinski se decidió y lo empleó en el Banco Polaco a fines de ese año en el que hacía su segundo debut su obra más querida: “Ferdydurke”.
Gombrowicz dice en “Contra los poetas” algo que ya le había manifestado a su profesor de polaco en el liceo y que ya había escrito en “Ferdydurke”, que los versos no le gustaban en absoluto y que lo aburrían, una afirmación que va contra la poesía en verso y no contra la poesía que aparece mezclada con otros elementos más prosaicos, como en los dramas de Shakespeare, en la prosa de Dostoyevski y en una corriente puesta de sol.

El leguaje de los poetas es para Gombrowicz el menos interesante de todos y la manera en que los poetas hablan de sí mismos y de su poesía es ridícula y del peor estilo. Como prueba de la falsedad de los embelesos que algunas veces despierta el arte cuenta cómo después de asegurarse el falso aplauso de un grupo de expertos presentes y anunciar que iba a interpretar música moderna empezó a aporrear las teclas del piano.
No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y, sin embargo, tuvo éxito. Decide utilizar el método experimental inspirándose en Bacon para sacar a la superficie las supercherías de los vates y de los que se encantan con sus creaciones. Combina frases y fragmentos de frases de un poeta construyendo de esa manera un poema absurdo que lee a un grupo de fieles y despierta en ellos el arrobamiento general. 
Los interroga también sobre algún detalle de poemas verdaderos y constata que no los habían leído enteros. De estos experimentos saca la consecuencia de que el deleite que produce la precisión matemática de la palabra poética no es verdadero. La misa poética se desenvuelve entonces en un vacío total. Se dedica a continuación a analizar los materiales con los que se construye la poesía versificada y descubre lo que da en llamar un exceso que cansa.
Un exceso de palabras poéticas, un exceso de metáforas, un exceso de sublimación, un exceso de condensación y un exceso en la depuración de todo elemento antipoético de todo lo cual resultan unos versos que se parecen a un producto químico. A lo largo de los siglos los poetas se multiplicaron y su postura se volvió cada vez más rígida, dejaron de cantar para las multitudes y empezaron a cantar para ellos mismos.

Cantaron con una vanidad constante de continuo perfeccionamiento de lo que surgió una pirámide cuya cumbre alcanza los cielos. Lo que debió ser una elevación momentánea de la prosa se convirtió en una profesión y hoy en día se es poeta igual que se es ingeniero o médico. Los poetas se han vuelto unos esclavos que no pueden expresarse a sí mismos porque tienen que expresar el verso y este estilo definido que se forma por eliminación es en el fondo un empobrecimiento.
No debemos permitir que una postura reduzca nuestras posibilidades convirtiéndose en una mordaza, debemos de vez en cuando interrumpir nuestra laboriosa creación de la belleza para comprobar si lo que creamos nos expresa. Ningún poeta es exclusivamente poeta y en cada uno de ellos vive un no poeta que no canta y a quien no le gusta el canto puesto que el hombre es más vasto que el poeta.

El estilo surgido entre los adeptos a una misma religión muere en contacto con la multitud de los infieles, es incapaz de defenderse y de luchar, es incapaz de vivir una vida verdadera pues el arte debe formarse en contacto con el enemigo. La impotencia ante la realidad caracteriza de manera contundente el estilo y la postura de los poetas, pero el hombre que huye de la realidad no encuentra apoyo en nada y se convierte en un juguete de los elementos.
La metáfora privada de cualquier freno se desencadenó hasta tal punto que hoy en los versos no hay más que metáforas. Esta postura religiosa también ha hecho estragos en la prosa, la eminencia y la grandeza de obras como "Ulises" se realiza en el vacío, son libros que nos resultan lejanos, inaccesibles y fríos puesto que fueron escritos con el pensamiento puesto en el arte y no en el lector.

Es una prosa nacida del mismo espíritu que ilumina a los poetas y, por su esencia, es una prosa poética. La intervención de Gombrowicz que quizás más haya tenido que ver con esa idea de que nadie entiende nada de nada cuando se habla de poesía, la tuvo en Berlín. Höllerer, un profesor muy renombrado, director de la revista “Akzente”, lo invitó a un coloquio para que leyera en alemán un fragmento de “Ferdydurke”.
Pero mi pronunciación es terrible, profesor, ni yo ni los oyentes entenderemos nada; –No importa, es un acto de cortesía que tenemos con usted, el señor Hölzer leerá algunos de sus poemas y después se abrirá el debate. Walter Höllerer –una especie de Victoria Ocampo según nos decía Gombrowicz en sus cartas– le inspiraba confianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante. 
Esto se le hacía evidente a Gombrowicz cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil. Esperaba que esa jovialidad lo liberara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su papel y se dispuso a abrir la sesión. Lo presenta a Gombrowicz en la sala de conferencias y lo invita a leer la página de “Ferdydurke”.
Perdón, señor Höllerer, pero no la voy a leer. Otros participantes empiezan la lectura de sus poemas. “Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la función, Barlevi, en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer. Hölzer, hablaba en calidad de poeta... Völker, como joven literato (...)”

Gombrowicz se sintió debilitado, tenía que defenderse y ponerse a la altura, decidió por lo tanto dar señales de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo hueco se volvió enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único propósito de seguir hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban escuchando, no sabía cómo seguir.
Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta que Barlevi no pudo resistir más y se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer dio por terminada la reunión. 

(c) Juan Carlos Gómez

*pertenece a la obra Gombrowiczidas de Juan Carlos Gómez

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