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miércoles, 30 de marzo de 2011

Rubén Darío, fotógrafo de Mallorca por Carlos Meneses

        No se sabe si alguna vez Rubén Darío tuvo una cámara fotográfica, pero se podría asegurar que no la necesitaba, para retratar lo que le rodeaba le bastaba su pluma. Lo demostró en Mallorca hace más de cien años.  Recorrió la isla,  buscó lo más atractivo de Palma, enfocó los rincones más pintorescos y las efigies de los más egregios personajes del  momento. Hay que preguntarse ante eso: ¿qué habría hecho de haber sido un buen fotógrafo? ¿Habría superado con su cámara los elegantes y precisos versos que escribió tras esa visita en 1906?  El gran vate nicaragüense, convertido en fotógrafo  hubiese enfocado lo mismo que captó para sus poemas: paisajes,  vida en plena calle, la belleza de algunos palacios.  Sus ojos estaban siempre deseosos de encontrase con la delicia de la naturaleza, sin desdeñar el encanto de la urbe.

    Ese Darío convertido en fotógrafo y ya no en 1906 sino en su segunda visita de l913, ¿habría tenido caprichos vanguardistas?Sus poemas casi fotográficos de Mallorca  habrían abandonado el exterior y se habrían recluido en el interior. Es casi imposible imaginar al poeta escribiendo versos equivalentes a las fotos de Man Ray, por ejemplo, el genial artista estadounidense que deslumbró a París después  de la Primera guerra mundial. Ni Marinetti, ni Dadá, como tampoco Apollinaire, maestro de surrealistas, habrían conseguido apartar al nicaragüense de sus sueños helénicos y orientales. El encanto de los cisnes, de las princesas tristes o no, de los pámpanos y laureles estaba muy arraigado en su espíritu, aunque más vale decir en su pensamiento.

    Posiblemente el poema más extenso de Rubén fue el que escribió en cuatro tiempos, y en cuatro ciudades diferentes, y se lo ofrendó a la esposa de su amigo, el poeta argentino, Leopoldo Lugones. En esa “Epístola” ( a la señora de Lugones) le cuenta su recorrido por esas cuatro ciudades : Bruselas, donde inició el poema, París, donde lo continuó, Buenos Aires, la tercera metrópoli visitada y, finalmente, Palma, a la que le dedica casi la mitad de sus versos y en la que se torna más emotivo que en todo lo escrito anteriormente. Llama la atención la nitidez con que refleja Palma, su visión de paisajes, el recuerdo de grandes personajes como Ramón Llull, o la manifestación de una de sus obsesiones, el mar. No hay duda de que para llegar a una captación  tan diáfana hace falta ser un gran observador.

    Desde el inicio de la IV Parte (el poema consta de siete) surge una enorme admiración por todo lo que va viendo. Y sus versos componen una deliciosa descripción de la isla destinada a enriquecer los conocimientos de la señora de Lugones. Y lo dice muy claro : “Y desde aquí señora, mis versos a ti van, / olorosos a sal marina y azahares, / el suave aliento de las Islas Baleares”. El ánimo de Rubén que vino a Mallorca en compañía de Francisca Sánchez y estuvo alojado en una casita con vista al mar en Porto Pí., se nutrió de todas esas características que descubrió en Mallorca. “Aquí todo es alegre, fino, sano y sonoro”. Y el encanto de la isla que él halló lo cantó con verdadera fruición en cada verso.

   Sus referencias a  personajes mallorquines  o residentes en Mallorca denotan sus amplios conocimientos y la gran admiración que les dedica. “Hay no lejos de aquí (de Palma)  un archiduque austriaco / que las pomas de Ceres y las uvas de Baco/ cultiva en un  retiro archiducal y egregio. (…) Es un pariente de Jean Orth”, Y continúa  asombrado ante tanta belleza: “La isla es florida y llena de encanto en todas partes. / Hay un aire propicio para todas las artes / En Pollensa ha pintado Santiago Rusiñol”. De ninguna manera se iba a olvidar de Ramón Llull a quien dedica hasta dos estrofas. Dice en una de ellas : “Excúsame, si quieres, oh Juana de Lugones / estas filosofías llenas de digresiones, / más mi pasión por Ramón Llull  es pasión vieja”.

   Podemos imaginar a Rubén discurriendo por las zonas más animadas de Palma, y observando atentamente todo cuanto ve. Es el enamorado al que no se le escapa el más mínimo detalle. “A veces me dirijo al mercado que está / en la Plaza  Mayor (…) Me rozo con un núcleo crespo de muchedumbre / que viene por la carne, la fruta, la legumbre”. Y su mirada  no se queda en la amplitud de ese mercado, enfoca minuciosamente a las amas de casa : “He visto unas payesas con sus negros corpiños, / con cuerpos de odaliscas y con ojos de niño”. Posiblemente se trata del poeta que mejor y con mayor intensidad ha visto Mallorca. Esos poemas fotográficos merecerían una exposición en compañía de las fotos correspondierntes.

(c) Carlos Meneses

Carlos Meneses es escritor. Nació en Perú.

Vive desde hace muchos años en Palma de Mallorca, España


           


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