(Buenos Aires)
Entre junio y agosto de 2007 se presentó en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta la muestra Muntadas Stadium XIII. Archivos del Sur publicó una nota sobre el tema.
Rescatamos ahora algunas imágenes de la muestra y un texto:
Notas sobre los acontecimientos de masas*
por Daina Augatis
En los años ochenta el estadio confirma su prominencia en nuestro paisaje urbano: es un símbolo contemporáneo, un monumento ubicuo a la civilización urbana occidental. La industria ha hecho del estadio un nuevo gigante entre los lugares de congregación pública, la mayor distracción urbana, con un impacto social y cultural similarmente vasto. En muchas capitales se producen rivalidades por tener el estadio mejor dotado, incorporando proezas tecnológicas, ingenierías innovadoras y nuevos dispositivos tecnológicos. Descendiente del antiguo stadion griego, palabra que significa “medida de distancia”, el estadio actual se ha convertido en una medida del orgullo y del éxito de la ciudad.
En tanto que distintivos premeditados de progreso y poder, estas construcciones asumen una gran influencia sobre el desarrollo urbano: los acontecimientos que alojan otorgan un sello más cosmopolita a la ciudad, el efecto multiplicador del consumo turístico proporciona un incentivo económico y las masas se entretienen placenteramente. El progreso es evidente, pero coexiste con la regresión. Asistimos a métodos de control de la muchedumbre que incluyen el cerco del terreno de juego o del escenario mediante un “foso seco”, físico o humano; “palcos de honor” que distinguen a la nueva clase de los ricos ociosos y que constituyen un retroceso hacia el sistema de castas; mientras que, como recinto de conciertos de rock de gran afluencia, el estadio representa el extravío conservador de aquello que en los sesenta era un acto alternativo de la juventud radical, ahora transmutada en feliz cómplice de la mercantilización de la cultura. Repleto de sofisticadas contradicciones, el estadio sigue siendo una arena muy destacada para librar las diarias batallas políticas, económicas e ideológicas.
En su instalación, Muntadas ha querido resaltar estas implicaciones culturales y políticas del estadio a fin de descubrir las herramientas de la manipulación. De manera similar a la de trabajos anteriores, como The Board Room y su metáfora del poder corporativo (exponiendo las relaciones entre ámbitos económicos, políticos, religiosos y mediáticos), Muntadas prosigue su análisis crítico de los arquetipos. Utilizando un enfoque deconstructivo, aquí, no sólo examina la arquitectura del estadio y los acontecimientos que alberga, sino que además aísla varios detalles infraestructurales que constituyen signos menos visibles de directrices corporativas, políticas y culturales. Por medio de múltiples elementos visuales y sonoros, la instalación subraya la función del estadio como una forma de arquitectura pública instrumentalizada, con el propósito de crear una nueva ideología o de apoyar a la que prevalece.
La instalación de Muntadas se refiere a estructuras históricas tales como el Coliseo, en cuyas magníficas proporciones y compleja configuración se manifiesta la fuerza del Imperio Romano, evocando brutales luchas de hombres y bestias, carreras de cuadrigas, impresionantes paradas militares y el martirio de los cristianos, hechos que compartieron su planta oval. Estos excitantes acontecimientos, que requerían el tipo de espacio cercado que ofrece el estadio, son algunos de los primeros ejemplos de persuasión de las masas y de control deliberado.
Subsiguientemente, el mayor tributo al impacto visual de aquella cultura ancestral se encuentra en la repetida evocación de la imagen del César y de la arquitectura romana, principalmente por parte de Napoleón, de Mussolini y Hitler. Los estadios fueron elementos importantes en sus políticas porque el objeto de control fueron las masas. De la raíz de este control floreció una voluntad de poder desmesurada y el asentamiento de unos sistemas ideológicos totalitarios. Los correspondientes métodos de adoctrinamiento penetraron abiertamente en el territorio de la propaganda: la manipulación y encarrilamiento de la opinión pública mediante ciertos símbolos políticos.
A través de los sistemas de patronazgo, artistas y arquitectos se han convertido en colaboradores políticos de relieve al crear los signos y símbolos que contribuyen a la realización de tales aspiraciones. El arquitecto Albert Speer, por ejemplo, desarrolló eficazmente un estilo clasicista perpetuador del ideario nazi, diseñando moles arquitectónicas y espectáculos masivos comparables a los de Atenas y Roma. Speer transformó las congregaciones de masas, como la que tuvo lugar en Nuremberg durante ocho días, en espectáculos teatrales llenando el estadio con personas dispuestas según figuras geométricas, iluminadas por los haces de las luces antiaéreas, portando los símbolos del régimen y desfilando al ritmo de una música de innegable efecto. El vigor de todos esos elementos era tan potente que la llegada del líder bastó para precipitar a sus futuros seguidores hacia un nocivo frenesí.
Con atención se puede trazar un análisis más claro de la manipulación de las masas al servicio del beneficio político, ¿pero realmente estamos hoy mejor protegidos como personas capaces de distanciarnos y ser inmunes a las persuasiones invisibles? Las arrebatadas reacciones que suscitan las estrellas del deporte, los ídolos del rock, los dirigentes políticos y los líderes religiosos en los actuales “recintos al servicio del público”, ¿son menos exaltadas que en otros tiempos? La resistencia es difícil, dado que, además de unas técnicas ya probadas, ahora existe una mayor sofisticación en los medios de comunicación, así como impacientes intereses del capitalismo.
La manera en que los media han afectado la naturaleza de los acontecimientos de masas es espectacular. En el caso de los deportes, la llegada de la radio en los años treinta trasladó el énfasis del público asistente al público oyente. Los primeros comentarios radiofónicos no se emitían en riguroso directo desde el estadio, sino que se trasladaban por cable a la correspondiente estación. Eran emisiones trucadas donde se duplicaban los aplausos y rumores del público y los jugadores, a veces añadiendo datos falsos a fin de mantener la escucha permanentemente. La radio comenzó lo que la televisión ha perfeccionando mediante sus objetivos zoom, sus repeticiones de jugadas a cámara lenta, sus detalles acelerados, convirtiendo tales emisiones en sucedáneos institucionalizados del acontecimiento real. Aunque su mayor impacto fue el de llegar hasta el espectador encerrado en su hogar, la masa viva siguió siendo un elemento importante de la teledifusión, no solamente necesaria para llenar la pantalla en los momentos muertos, sino, y más importante, con el fin de contagiar el éxito del acontecimiento y para obtener así una mayor audiencia televisiva que genere más publicidad y, en definitiva, mayores beneficios. Para sostener el interés del nuevo consumidor, las competiciones deportivas se hicieron más espectaculares por diversos medios, entre los cuales, por ejemplo, el de hacer que, tanto los jugadores como los espectadores, fueran más conscientes de su papel de animadores mediáticos y el de integrar el culto a la personalidad en el comentario informativo.
Incluso con la posibilidad de contemplar la versión televisiva de un acontecimiento público masivo, habría que seguir hablando de las sensaciones de perderse entre la masa del estadio, escapar de las ásperas realidades de la vida y participar en el cumplimiento de un ritual público. Como arquitectura, el estadio es sólo un decorado o un contenedor de acontecimientos, pero son los sistemas políticos y económicos los que completan la función llenando el escenario.
Guy Debord, en La sociedad del espectáculo, escribe sobre el dilema de la sociedad actual:
“Para describir el espectáculo, su constitución, sus funciones y las fuerzas que tienden a su disolución, hay que distinguir artificialmente algunos elementos inseparables. Al analizar el espectáculo, uno habla en cierta medida el lenguaje mismo de lo espectacular, en el sentido en que uno se mueve por el terreno metodológico de la propia sociedad que se expresa a sí misma por medio del espectáculo. Pero el espectáculo no es otra cosa que el sentido de la práctica esencial de una formación socioeconómica: su uso del tiempo. Este es el momento histórico en el que nos hallamos atrapados”.
Al utilizar la seductora teatralidad del espectáculo y concentrarse en el particular rol de los media, Muntadas interpreta el estadio y sus acontecimientos para extraer una metáfora referida a otras manipulaciones que se dan más ampliamente en la cultura contemporánea, como Debord decía, “el momento histórico en el que nos hallamos atrapados”.
Las masas, los espectadores, los consumidores son víctimas de esta manipulación, su conducta es alterada, y la historia de la masa es la que nos hablará inadvertidamente de la sociedad, de las actitudes y los códigos predominantes, de la violencia y la diversión, y, finalmente, del éxito o el fracaso del control social. Por tanto, el Stadium de Muntadas puede contemplarse como un homenaje al público.
* Publicado originalmente en inglés como “Note on Mass Events”, en Stadium, editado por Walter Phillips Art Gallery; The Banff Centre for the Arts, Banff, 1989.
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