Acerca de Araceli Otamendi, escritora y directora de Archivos del Sur

martes, 11 de mayo de 2010

Un extraño paisaje marciano en la Puna

(Santa Fe)


Un ambiente hiperárido, con vientos que superan los 350 kilómetros por hora, a más de 4.000 metros de altura, inaccesible y hostil. Allí yace un tesoro para la investigación científica: el desierto puneño, uno de los escenarios con condiciones más extremas en el planeta. Tan extremas son que los investigadores aseguran que no existe lugar en la Tierra similar a éste. Aunque sí hay uno parecido  en Marte.
En Carachi Pampa y Puruya, dos localidades catamarqueñas ubicadas casi en el límite con Salta, el desierto puneño adquiere formas de parecido muy cercano a aquellas imágenes típicas de la superficie marciana: grandes ondas (o megaripples, como se denominan técnicamente) formadas por la acción constante de muy fuertes vientos sobre materiales volcánicos, durante más de 3.000 años.
"Pero no se trata solamente de una morfología parecida", indicó el geólogo sanjuanino Juan Pablo Milana, investigador del Conicet y uno de los integrantes del equipo que montó en este desierto un laboratorio de operaciones. Hay otros elementos que vuelven a este lugar tan especial para su estudio. Uno de ellos es la densidad de la atmósfera.
"En la Puna existe una atmósfera menos densa que la que estamos acostumbrados: tiene la mitad de densidad que la atmósfera a nivel del mar, por lo que la fluidez y la capacidad de transporte del aire están claramente alterados", dijo Milana. Eso, sumado a la intensidad de los vientos y a la importante presencia del polvo volcánico fino (localmente llamado "chusca"), convierten a este lugar en el mejor "laboratorio natural de condiciones extremas del planeta, e ideal para estudiar también condiciones extraplanetarias".
La novedad
Del trabajo participan investigadores de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ), a la que pertenece Milana; de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), a través de la geóloga Daniela Kröhling; y de la Universidad Nacional de Salta, con los vulcanólogos José Viramonte y Marcelo Arnosio.
En la formación de ambos paisajes pueden haber intervenido procesos similares de transporte de materiales, que conformaron en uno y en otro caso fotografías de gran similitud. "Las dunas y los megaripples de Marte tienen los mismos mecanismos de transporte que los del desierto en Carachi Pampa y Puruya, aunque no entendemos aún por qué en Marte esos megaripples son tan grandes", agregó el investigador.
Las megaondas del campo de Puruya llegan a los 2,5 metros de altura, y la distancia entre cada una de ellas alcanza los 40 metros, mucho más que las generadas en cualquier otro rincón de la Tierra. En Marte, en cambio, se han registrado otros similares en apariencia, pero de hasta 80 metros de separación, y de hasta 5 metros y medio de altura.
Es probable que la diferencia en el tamaño de uno y otro pueda deberse al tiempo involucrado en su elaboración: "Un experimento en Israel demostró que megaripples más pequeños se forman en un año, mientras que los más grandes de la Puna llevan 3.000 años evolucionando sin destruirse. Lógicamente, entre ambos casos hay una diferencia en el clima y en los flujos de agua, por lo que la evolución es interrumpida y se vuelve a empezar cada vez. En Marte parece no haber ese problema: los megaripples habrían evolucionado hasta su tamaño máximo en ese lugar", analizó Milana.
La novedad parece estar en que en ambos casos (Carachi Pampa-Puruya y Marte) estas ondas gigantes han sido provocadas por un movimiento eólico de materiales, volcánicos en el caso del ejemplo que estudian los investigadores, que podría ser traducido a modelos físicos que permitan una mejor comprensión de esos procesos. "En la Puna, la gran cantidad de fragmentos de materiales que participan de los megaripples pueden servir de modelo físico natural para comparar las dinámicas de transporte", dijo Milana.
La actividad volcánica provee mucho material particulado de diferentes tamaños, que son capaces de "decir" distintas cosas. Uno de esos materiales es la grava, que -a diferencia de la arena- tiene hasta uno a dos centímetros de diámetro y que también fue transportada por fuerza eólica. "En lugar de tener dunas de arena como ocurre en los desiertos conocidos, en la Puna se ven dunas de grava nunca antes descriptas, que alcanzan una altura de varias decenas de metros", señaló Kröhling. El material fue recolectado y datado, y la conclusión es que pertenecen a un período ubicado hace unos 3.000 años, cuando comenzaron a formarse por acción de los fuertes vientos. "Queremos ver la evolución de los elementos de este paisaje que es tan anormal para entender mejor ese ambiente extremo", detalló Daniela Kröhling, geóloga de la UNL.

De la Puna a la pampa
Además del espectáculo de un paisaje de ciencia ficción, el viento extremo que azotó la Puna hace 3.000 años podría también ser responsable en gran medida de la excelente fertilidad de los suelos pampeanos.
"Es muy probable que parte del material fino que se exportó de ese desierto haya llegado a la llanura pampeana norte y parte de Chaco", contó la investigadora, y agregó: "Hemos llegado a medir corredores de erosión eólica labrados en el sedimento, de los últimos 12.000 años, que tienen 30 o 40 metros de profundidad. Hoy mismo el proceso continúa, aunque el viento no extrae tanto material como en otras épocas", comentó Milana.
La evidencia de estos fenómenos extraordinarios está enterrada bajo los suelos más fértiles de la pampa húmeda. "El material madre de la llanura pampeana es el loess, un sedimento fino que fue traído por el viento desde zonas distantes y tiene un componente de origen volcánico muy importante. La presencia de este material bajo el clima húmedo actual de la región es lo que hace de los suelos pampeanos los más fértiles del país", dijo Kröhling.
Hasta el momento, la hipótesis del origen de ese material apuntaba a la cordillera andina central y patagónica. Sin embargo, hoy los investigadores indagan sobre una fuente derivada del altiplano puneño, avalada por la gran pérdida de materiales finos.

Inexplorado
Sin huellas para guiarse, ni rastros de agua y a no menos de 90 kilómetros del poblado más cercano, las salidas a campo de los investigadores son verdaderas expediciones. Aun así se las ingeniaron para trasladar un georradar hasta el lugar y obtener una especie de "radiografías" del suelo. "Es una forma de conocer la estructura interna y el grado de desarrollo de los eventos de acumulación de materiales eólicos e incluso de las rocas piroclásticas que están por debajo", explicó Kröhling.
Además, los investigadores se proponen conocer la actividad actual del viento y para ello diseñaron un dispositivo muy simple, similar a una estantería, capaz de recoger muestras del material que es transportado a distintas alturas.
"También queremos evaluar el efecto destructivo del viento y para eso estamos desarrollando nuestros propios aparatos porque no existe uno para cuantificar el impacto del viento. Estamos intentando adaptar la tecnología de las pampas: los sensores de pérdida de grano de las cosechadoras para evaluar el impacto de los fragmentos transportados por estos vientos", adelantó Milana.
"La Puna es uno de los lugares menos explorados, es una caja de Pandora que puede dar grandes descubrimientos", concluyó el geólogo.

fuente: Comunicación Científica Universidad Nacional del Litoral

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