El escritor boliviano Javier Claure Covarrubias nos envía esta crónica desde Banjul, Gambia, África, por donde se encuentra viajando actualmente.
La ha titulado como su último libro de poemas: Extraño oficio.
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Parafraseando Extraño oficio
Por Javier Claure C. (desde Banjul, Gambia)
Conjugar las palabras de un Extraño oficio*, que significa la travesía por senderos desbordantes hacia mundos que se afectan recíprocamente, es como construir un barco cargado con cascabeles de mil colores, en cuya chimenea cuelga una campana verde al igual que un ahorcado por un ciclón. En la cubierta, a veces, se escuchan los gritos de personas que, mientras el cielo parece despejado, reclaman por una realidad más justa, menos traicionera y sin honores de mala muerte. Dicen que los edificios saben a sal, que la rosa ya no está en el jardín porque los suicidas, con manos de navaja, se la llevaron para que arda en un techo vomitado por el diablo. Allí donde cayó una estrella roja, no porque el cajón tiene ojos de bestia; sino más bien para situarse en el lugar donde regresan los incendios. Y en medio de la hoguera hablan de ashantis, de yorubas y de mandingas que caminan, por el desierto, con tambores de mil cabezas en las manos. También hablan del duende que se oculta en el socavón y que suele gritar el dolor de los amantes con resaca.
Esos sagrados versos y amuletos, de hermosas negras inmaculadas, son el pan y el agua de este maldito mundo construido sobre una arena que va cediendo por la fuerza. Y yo me revelo contra ese mundo mentiroso, guerrero, usurpador y doble cara. Me revelo contra la envidia y sus comentarios de vinagre.
No creo en santos, en querubines que adornan las iglesias ni creo en sacerdotes, de cuello muerto, que levantan la cruz, como si estuviesen alzando el alimento de cada día. Nunca dudé que esa muñeca a la que llaman barbie, de cuerpo hecho por carpintero y piel de ébano, nació en África. Por eso la negra de divinos jadeos, de silueta angelical y de mirada ardiente transformó el silencio en melodiosos sonidos de cristal. Y yo rey de varios reinos dominaba la cruzada, me desvivía por sus cálidos huertos, navegaba de norte a sur; y en el momento preciso, la reina negra suspiró profundamente como si fuese el comienzo de plasmar un verso en el espacio de silencios y temblores, donde el hijo no nacido esconde su quijada.
Las de ayer se cortaron el vientre con una furia incontenible bajo el filo de una luz fantasmal. Y se han poseído mil veces en nombre de sus propios dioses como santas de otros siglos. Golpeando las piedras siguieron su camino y sus ojos tomaron forma de ombligos oxidados. El cordón de la plancha fría fue su bendición y se fueron, desnudas con la boca abierta, dragando por el mar. Como leonas invertidas partieron gritando sus penas al aire. Es cierto, la noche abortó cuatro lunas delante de una puerta, y el aullido alargado de los perros obedecía a un brujo con sombrero bajo una tormenta. Fue entonces cuando ese lenguaje fino, casi de porcelana, tarde se iba y temprano volvía. Podrán hacerse la cirugía plástica como quien dice soy artista de cine, pero jamás podrán matar al pueblo porque esas balas extraviadas entre las sombras se hundieron en el barro sobre otro barro.
Cuando era niño junté miles de orejas, y con ellas dibujé un enorme corazón en los arenales. Pasé por una calle en donde un yatiri ** se revolcaba de angustia y de alegría. Muchos años más tarde, caminé por el mercado de los agachados, ví aves tragando árboles navideños y me fui al sitio donde quince minutos son una eternidad. Desde entonces me fui por un costado armado de fusiles, motores y turbinas. A mis espaldas cargué mi destino, mi furia, mis progresos y mi risa. Con mis ojos observé el llanto de las prostitutas en el Prado y Cristo no hizo su voluntad. Ni rosas, ni claveles, ni siquiera una fuente de corales que despida bocanadas de alegría a su alrededor. Y ahora que la vida es un verdadero extraño oficio para cada ser humano, amenaza un volcán del Norte con sentencias recurrentes de una jerga mal hablada.
La muerte repentina y cosida por el destino a destiempo, conmovió mis entrañas como un buque enloquecido por la marea. El dolor de cuchillo se aferró, entonces, a las paredes, al mar y a las plantas que han escuchado el silbido del viento a media noche. De haber sabido de la cruel pronunciación de la palabra muerte, esa boca de finos labios hubiese traído un sol con infinitos rayos para alumbrar la frente de los huérfanos, de los enfermos, de los mendigos y de todos aquellos que han caído bajo la negra alfombra del tiempo y sus leyendas.
* nombre del libro de poemas del autor
**Yatiri: Hombre que practica las ciencias ocultas.
© Javier Claure C.
(desde Banjul, Gambia, África)
Javier Claure C. es un escritor boliviano residente en Suecia.
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