Acerca de Araceli Otamendi, escritora y directora de Archivos del Sur

martes, 8 de marzo de 2011

Tres damas, tres épocas - José Respaldiza Rojas

                                     TRES DAMAS, TRES  ÉPOCAS

(Lima) José Respaldiza Rojas
                                           

uno

Estamos en 1816. Aún no tiene lugar nuestra independencia empero ya se vislumbra su llegada y ya la tauromaquia forma parte del legado que recibiremos los habitantes de la república. Pancho Fierro, nuestro notable retratista la conoció, recogió su figura en el ruedo, en una de sus innumerables, a mas de asombrosas, acuarelas. El Virrey Joaquín de la Pezuela la gozó y vibró con sus arriesgadas faenas al punto que le concedió una teleguilla con monedas de oro. Nos referimos a Juanita Breña, joven morena, torera de a caballo que ejerció su arriesgado arte en el coso tradicional de Acho, con gran brío y notable esmero

Vestía singular chaquetilla de raso azul con alamares de plata, falda verde botella y su infaltable sombrero de jipijapa en la cabeza. Cabello negro, corto, ensortijado, pegado a la cabeza. Montaba un esbelto caballo overo del norte, mientras llevaba un  apagado puro de Cartagena en su boca, con capa colorada en la mano izquierda y con la otra sujetaba con maestría la rienda. Verla dirigirse de frente al toro para hacer un quiebre en el preciso momento en que evita el choque mientras que con su cuerpo inclinado le hace una faena con la capa con lo cual hace delirar al público que la premiaba arrojando desde las graderías gran profusión de monedas de oro y plata hacia la arena.

Su padre, chalán y domador de potros de la hacienda Retes, no veía con buenos ojos la afición de su hija aunque tampoco se lo prohibía. Ella, Juana La Marimacha, transcurrió su infancia en dicha hacienda y muy pronto aprendió a cabalgar. Acto seguido dominó el arte del toreo a mas de sus lances en juegos de envite, es que es muy inquieta y gusta estar al filo de la navaja.

En 1825 el ejército realista camina por el país y por donde pasa impone cupos de guerra, algo igual practica el ejército patriota que decomisa forraje, acémilas, todo lo que trae un empobrecimiento general, mas las corridas de toros no cesan.  Ese año ella ingresa al ruedo y tras algunas faenas con la capa tiene lugar un ligero descuido que ocasiona la muerte de su caballo despanzurrado por los cuernos del toro. El público puesto de pie exclama un grito de horror:

-          !!Noooooooo¡¡

Todos contienen la respiración, es que han visto caer el cuerpo de Juanita Breña sobre la cabeza del toro, pero no pasa de un momento de suspenso y algunos moretones en el cuerpo,  mas esa cogida determina su alejamiento definitivo del toreo. Ella vivirá atendiendo un puesto de carnicería en la Plaza del Mercado lo que ahora es la Plaza Bolívar





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dos

Todo hacía suponer que vendría a este mundo en la Maternidad de Lima, pero a la ciudad se le antojó ensayar unos pasos de marinera, fueron unos pocos segundos auque son los suficientes para considerarlo como un gran terremoto. Me estoy refiriendo al ocurrido en 1940.

Mi madre se puso su bata, se calzó sus pantuflas y se echó a andar, vanos fueron los esfuerzos de la enfermeras para que regresara. Lentamente, con sus ocho meses encima, avanzó con pasos de pato hacia la Plazuela de la Buena Muerte, en los Barrios Altos. Es una inmensa casona de cadena, vale decir con derecho de asilo, allí funciona actualmente el Hospital  San Camilo, al costado de la iglesia de la Buena Muerte. Debido a ello nací en dicha casona.
                                                                                                                                    
De esos tiempos recuerdo que siendo aún pequeño mi madre me sacaba temprano de la cama y me llevaba con ella para dejarme sentado en un banquito en la cola del carbón mientras ella se iba a la cola de la carne. Fue un año terrible ese 1945, se tenía que hacer cola para adquirir todo. También recuerdo el paso de la procesión del Señor de los Milagros por el jirón Ancash rumbo a la iglesia de Santa Clara, donde pasaba la noche. Fiesta de fervor  centenario, de mixtura religiosa y pagana con olor a zahumerio y a picarones con miel de hoja de parra, choncholíes, anticuchos, turrón de Doña Pepa., chicha morada, sandunga y mazamorra.

-          Ponte tu mejor chachá – me dijo mi tía.

Pero me voy a referir a un tercer recuerdo. Es un domingo de octubre de 1948 y me alistan para ir a la Plaza de Acho. Mis tías Georgina y Luisa compraban con antelación sus abonos, creo que íbamos a sol y sombra. De mi casa salíamos caminando por el Jirón Paruro con dirección al Rimac, son dos cuadras pegadas, se avanza hasta chocar con el jirón Amazonas, se camina un poco y  se pasa por el Cinelandia, un cine calamitoso que terminará sus días como depósito de ganado rumbo al matadero. Se cruza el Puente de Piedra y se está a una cuadra del Coso de Acho. Al ingresar compran dos almohadillas .

Vi torear al gran Manolete, a Rovira, Armillita, Procuna, Bienvenida, Santa Cruz, los Dominguines y otros mas.

En eso suena el clarín, se abren las puertas y hace su aparición una linda dama montada en un brioso corcel, avanza por la arena, erguida, lenta, majestuosa, cruza el redondel para presentar su  saludo al Juez y al voltear, toma su sombrero con la mano izquierda y saluda al respetable.

Es Conchita Cintrón (Consuelo Cintrón Verril) quien bordea los veinticinco juveniles años y ya es una torera de a pie y a caballo consagrada. De padre portorriqueño y madre norteamericana, nace en la ciudad de Antofagasta, en Chile, mas antes de cumplir el año viene al Perú donde crecerá, estudiará y conocerá al lusitano Ruy da Camara, cabaleiro que será, primero, su profesor de equitación, luego su maestro en el arte de rejonear y
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finalmente la guiará para lucirse al torear a pie. Tuco Roca Rey también le dará muchos consejos. El presidente Manuel Prado le concederá, a ella,  la nacionalidad peruana.

No muy alta, de piel blanca, ojos claros, pelo rubio, discretos aretes, pequeños y pegados al lóbulo de la oreja. Labios finos, nariz perfilada, su cara se muestra tersa, luce esbelta y, sin exagerar, se puede decir que es la hermosura hecha mujer. La mayor parte del tiempo seria, concentrada en lo que hace pero a veces nos regala una risueña sonrisa, tierna, cándida.

Da la orden a su caballo y de pronto arranca a gran velocidad citando al toro. Con la mano izquierda sujeta la rienda y en la derecha lleva un rejón pegado a sus costilla y sujeto con el codo. Procura alinear en paralelo al toro, inclina en cuerpo e introduce el rejón en el morro. Hace el quite y lleva en alto el resto del rejón en cuya punta flamea una pequeña bandera peruana. El público puesto de pie la ovaciona. Pide otro rejón, vuelve a cabalgar hacia el toro pero éste no se coloca a su lado, hace el quite, da la vuelta y nuevamente intenta domeñar al toro. Logra ponerlo a su lado, una ligera inclinación basta para que el rejón ingrese al morrillo y ella luzca con donaire otra banderita. Nueva ovación triunfal corona su faena. De sus labios aflora un sonrisa de satisfacción.

Pide las banderillas y en forma magistral se las coloca, ahora muestra banderillas cortas, lo que la obliga a inclinarse aún mas pero igual quedan clavadas. Una ovación cerrada se deja sentir. La banda de músicos estimula la tarde con un pasodoble. Conchita lleva su corcel hacia las tablas, se apea, se lo entrega a un subalterno que lo pone a buen recaudo, pide una capa y se dirige al centro de la plaza.

De tres capotazos acomoda al toro, lo cita, no responde; da un paso en cámara lenta y lo vuelve a citar, el toro arranca y lo recibe con una verónica impecable, voltea su cuerpo y lo recibe con otra verónica, media vuelta y tercera verónica impecable. El público grita:

-          !Ooooooole¡

Cuarta verónica y nuevamente:

-          !Ooooooole¡

Hay una gran expectativa por saber cómo va a completar la faena. Tiene al toro a dos cuartas de distancia. En un improntus, le hace un desplante y se retira con gran lentitud. El toro hace como que va a arrancar, ella está de espaldas. El público se pone de pie y grita:

-          !Noooooo¡ - augurando un desenlace fatal.

Conchita Cintrón inmutable sigue retirándose con la misma lentitud. Toda la emoción acumulada estalla en un atronador aplauso. Se oye el clarín y se apresta con la suerte de la espada, que de primera instancia no ingresa, en su segunda oportunidad lo hará totalmente y herido de muerte  el toro se rinde a sus pies. De  pronto se ve una mano en alto sosteniendo un pañuelo blanco, lo siguen otras y otras manos dando la impresión de una inmensa
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sábana.. Siguen los pañuelos insistiendo, suena el clarín y el juez le concede una oreja. La banda rompe a tocar una marinera. Un monosabio se desliga de los que arrastran al toro, saca su pañuelo blanco y procede a bailar, en el tendido de sol otro espontáneo saca su pañuelo para bailarla, todos los asistentes palmean acompañando el ritmo. Ella oreja en mano da la vuelta triunfal al ruedo, de los tendidos caen ramos de flores. Tarde de gloria, tarde taurina, es una tarde inolvidable grabada en mis recuerdos.

                        Consuelo, Conchita,
                        Conchita Cintrón,
                        Conchita taurina.                                                                                          

Su muñeca derecha tiene una cadena de donde penden diminutas orejas de oro, una por cada vez que le fue concedida en el ruedo. La hacienda Santa Bárbara de Cañete es testigo que en 1936 ella se inició como rejoneadora. Tengo grabada su imagen en la plaza: Traje campero, chaquetilla plomo oscuro, pantalones plomo claro, botas negras y una badana que le cubre las piernas. En la cabeza lleva sombrero jerezano oscuro sujeto con una liga a la barbilla. Su arte se paseó por  las plazas de Colombia, Venezuela, México y desde luego España. Al contraer matrimonio con el aristócrata portugués Francisco de Castelo Branco se alejó de los ruedos. Mujer culta, buena presencia, de fluido hablar y buenas maneras desempeñará cargos diplomáticos en la Embajada del Perú en Portugal y México.

tres

Acabada la gran insurrección de José Gabriel Condorcanqui, vuelven a aflorar las rencillas entre pizarristas y almagristas y en 1538 tendrá lugar la Batalla de las Salinas donde triunfan los pizarristas, ejecutando al socio de la Conquista, don Diego de Almagro que muere degollado. Un gran grupo de almagristas, temiendo por su vida, emprenden una fuga refugiándose en Pampa Cangallo, Ayacucho.

La presencia de ese grupo de varones dará lugar a un mestizaje. Nuestros indígenas son de baja estatura, piel cobriza y lampiños pero en adelante se  producirá entre la población un notable cambio, ganan algo de altura, su piel se torna blanca y lucen barbados. Son los Morochucos. Algo similar tiene lugar con los caballos que para adaptarse al intenso frío serrano se vuelven peludos, para soportar la gran altura y la escasez de oxígenos pierden tamaño, pronto su dentadura puede masticar el ichu, una graminácea que crece de forma espontánea.. Los Morochucos se convierten en hábiles y diestros jinetes, hombre y mujeres.

En 1963 gané una cátedra en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho. Allí conocí a Abdón Yaranga Valderrama, catedrático de la Sorbona, quién se encontraba en su año sabático. Los fines de semana lo acompañaba a distintos lugares. Fuimos a una comunidad donde ejecutaban una danza que era un rito de iniciación, en otra oportunidad viajamos precisamente a Pampa Cangallo donde estaban celebrado la fiesta de su santo patrón. Vimos carreras de caballos jineteados por varones, también carreras con damas en la montura. En eso sueltan a un toro sujeto con una reata de cuero por los cachos. No hay coso, el redondel sinuoso lo demarcamos los asistentes. Van saliendo espontáneos
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que capean a su manera. La chicha de jora y el chacchado de la hoja de coca tienen la facultad de quitar temores, motivo por lo cual una dama  morochuca avanza trapo en mano, hay un rugido de estupor en la muchedumbre. Da capotazos en medio de la alegría general. El dueño de toro no suelta la reata e impide desenlaces fatales. Aprovecho que Abdón domina el quechua para pedirle que le pregunte su nombre, ella es Melania Carvajal Ocrospoma, con unos trentaitantos años, pelo negro que termina en dos largas trenzas que caen bajo su sombrero de paño, algo subida de peso no muestra cintura alguna, analfabeta, campesina, quechua hablante, diestra a su  modo del arte del toreo.

Tres damas, tres épocas, tres formas diversas de expresar una tradición que tiene seguidores y detractores. Así es mi Perú.

(c) José Respaldiza Rojas
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José Respaldiza Rojas es escritor



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