Ayer caminando por la calle vi a un mendigo. Pero no era cualquier mendigo, sino un hombre joven, completamente sucio, con el pelo largo y barba, descalzo, casi desnudo, cubierto con andrajos. Tampoco eran andrajos así nomás, sino andrajos de nylon, de un nylon oscuro, hecho jirones y puestos alrededor de la cintura como una pollera con tajos.
Sobre el torso tenía algo así como una camiseta oscura. Me detuve a mirarlo. Estaba parado leyendo una revista que apoyaba sobre un tacho de residuos de esos que hay en la calle y que se sostienen de una columna, de plástico.
La revista era una de ésas de actualidad que se publican semanalmente. En las páginas de la revista se podia ver la fotografía de una novia con un despampanante vestido blanco y un hombre, con traje negro, al lado. La fotografía me resultaba conocida, porque ya la ha visto en varias revistas, en diarios, en internet, en la televisión. Era la boda del mes, supongo. Y el mendigo se comía las fotografías con los ojos, tan absorto estaba.
Era la mañana y había viento y había sol en BuenosAires. Pasaban los autos a toda velocidad, los colectivos, los taxis, hombres y mujeres caminando.
El mendigo, ese hombre, me resulta conocido. Recorre las calles, el barrio, mete la mano en los tachos de residuos buscando algo. Y esta vez, pienso, él tal vez pensaba que había tenido suerte, porque había encontrado algo para leer y se había entretenido con la boda, la descollante boda y la fiesta que le siguió a la boda, y tal vez, durante algunos minutos se había olvidado de la condición tan mísera de su existencia.
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