Acerca de Araceli Otamendi, escritora y directora de Archivos del Sur

viernes, 5 de octubre de 2012

El espíritu artístico-literario de Vincent Van Gogh a través de sus cartas


(Córdoba) Elida Farini


El tema se refiere a la correspondencia que el pintor holandés Vincent Van Gogh le escribió a su hermano Theo, desde 1873 hasta 1890, desde los diferentes lugares donde le tocó vivir.
A través de esas cartas se aprecia no sólo el valor artístico que representan, sino también el valor literario de cada una de ellas.
Estas valiosas cartas constituyen en sí mismas, un diario íntimo, pero sobre todo, un verdadero tratado de arte, pictórico y literario, esclareciendo muchos puntos cruciales de la azarosa y desdichada vida del artista.
Hablar de Vincent Van Gogh es referirse a un artista que, desde el momento mismo en que decidió que su destino era el arte, puso todo su empeño, trabajo y sacrificio, la vida misma, en pos de ese ideal que fue, en definitiva, su razón de ser.
Vincent, como algunos han intentado presentarlo, no era un genio loco. Era un artista apasionado, trabajador incansable y conciente, dueño de una gran cultura debido a su educación, a sus estudios y a su voracidad por la lectura y el conocimiento. Es interesante destacar que este pintor holandés tuvo, además de la facultad de pintar, a la que debe su enorme fama, el don de la escritura, a través de las cartas que escribió a su hermano Theo, desde los diferentes lugares en que le tocó vivir,
Esa gran correspondencia permite vislumbrar una pluma singular, esclarecida, rica en matices, rebosante de descripciones, de sugerencias, de reflexiones profundas. Allí el lector puede visualizar los paisajes frecuentados: la maravilla cambiante de la naturaleza, de la vegetación, de las estaciones, los cielos, la atmósfera que observa con un espíritu sensible, con una mirada diáfana y una personalidad avasallante.

Pero… ¿quién era Vincent Van Gogh?

Un verdadero artista que nació en Holanda, en 1853, en una población cercana a la frontera con Bélgica. Su padre, Teodoro, era pastor evangelista. Fue el mayor de seis hermanos, pero su preferido fue Theo, cuatro años menor que él, que llegó a ser su protector, su confidente, su enlace con el mundo.
A los dieciséis años, en 1873, por recomendación de un tío suyo, comerciante en cuadros, ingresó a la galería Goupil de La Haya. Ésta galería iniciada en París, tenía sucursales en Bruselas, Berlín, Londres y Nueva York. Theo, más tarde, trabajó como comerciante en cuadros en el mismo negocio, en Bruselas y luego en París, hasta su muerte. Fue por aquellos años en que comenzó el valioso intercambio de correspondencia entre los hermanos.
Tiempo más tarde, Vincent se convirtió en pastor protestante y luego en misionero, en una zona minera de Bélgica. Allí, en contacto con la gente humilde, su paleta se hizo triste y sombría. Su viaje a Amberes fue importante porque le abrió una nueva alternativa en el uso de los colores. En 1886 se estableció en París, con su hermano Theo.
Allí tuvo la oportunidad de conocer a los pintores que por aquellos años se destacaban (Bernard, Touluse-Lautrec, Gauguin, Seurat, Signac, Pizarro, Cézanne) ligados a la corriente pictórica del impresionismo. Con ellos compartió conversaciones, opiniones, prácticas, momentos. Allí descubrió la influencia de la luz en la pintura y también las obras de artistas japoneses que le interesaron. Vincent se inclinó hacia esa nueva expresión artística, el impresionismo y hacia el divisionismo, desde donde surgieron los colores luminosos, que más tarde engalanarían su paleta.
Durante varios períodos de su vida tuvo algunos ataques de una enfermedad mental, tal vez acompañada por el abuso del alcohol, pero sus obras, concordando con su correspondencia, y con lo que sostienen sus biógrafos, fueron realizadas en perfecto control de sus facultades.
Establecido en Arlés, se dedicó al trabajo con ahínco, allí fue donde su colorido alcanzó la plenitud, su máxima expresión pictórica. Allí también fue donde recibió la tan esperada visita de su amigo Gauguin, pero su estadía no duró mucho y terminó de manera dramática.
Más tarde, se radicó en Saint Remy, de Provenza, donde pasó sus últimos años, hasta el momento en que él mismo, se produjo una herida de bala que le causó la muerte, dos días más tarde.
Su enorme obra recién fue reconocida después de su muerte, logrando tener una gran influencia en el arte del siglo XX, hasta considerarlo como uno de los grandes maestros de la pintura, sobre todo entre los expresionistas y los fauvistas.
Un centenar de sus cartas contienen bocetos con los que ilustraba visualmente a Theo sobre cada uno de sus dibujos o pinturas. Enormemente prolífico pintó más de novecientos cuadros y más de mil seiscientos dibujos. Se conservan unas novecientas dos cartas, de las cuales ochocientas están en el Museo Van Gogh de Amsterdam.
Ellas constituyen un legado prodigioso no sólo artístico, sino también literario y son una verdadera obra de gran valor. Forman en sí mismas un espectacular testimonio de su vida durante sus últimos trece años, desde 1873, en que comenzó a escribirle a su hermano, hasta 1890, el año de su muerte.
Allí describe el esfuerzo de su aprendizaje, su vocación y evolución como pintor, sus ansias y expectativas, el adelanto de su obra y las valiosas opiniones vertidas por él sobre otros pintores holandeses, británicos y franceses. Destaca a Millet, Delacroix, Degas, Corot, Gauguin, Touluse Lutrec entre muchos otros, a los que se refiere a través de esa enorme correspondencia.
Tal vez otros pintores se expresan de manera diferente, mostrando paisajes impactantes, bellas personas, hermosos hombres o mujeres que jamás han trabajado, que desconocen las luchas cotidianas de procurar su sustento. Vincent decidió pintar la realidad de un mundo en crisis, de seres sin expectativas y sin destino. Manos que se hunden en el suelo y aún en el hielo para extraer los productos de la tierra, dolor de las bocas hambrientas, sudor de los cuerpos abatidos.
Puede descubrirse en sus pinturas el cansancio, el fragor del trabajo, las luchas por sobrevivir. La tarea de los comedores de papas, los pequeños logros de los mineros en el fondo de los socavones, de las mujeres campesinas. Sus modelos son los personajes sin nombre, con su limitada vida, debido a las exigencias de las arduas tareas.
Se aprecia en esas epístolas que envía asiduamente a Theo, en toda su simplicidad, la expresión literaria del artista. Ella se descubre, en el desarrollo continuo de largas páginas, que bien pudieron formar libros de singular belleza, donde va dejando jirones de su vida con una sensibilidad digna de un gran escritor, que le hace describir paisajes diferentes, árboles y cielos cambiantes, nubes de colores que se amontonan en los destellos de amaneceres u ocasos.
Despliega su habilidad literaria, que trasciende el espíritu de las cartas, explayándose con soltura y una profundidad que exhala desde su propia desesperación por subsistir, en un mundo que le es ajeno.
Describe el colorido que incorporará en sus obras con idoneidad manifiesta y que luego plasmaría en sus pinturas. Los empastes, la mezcla de tonos, la armonía de los complementarios que utiliza, vibran a cada paso en esas cartas, que son verdaderas piezas literarias.
Dueño de una interesante cultura propia del hogar, de la familia dedicada al negocio del arte, que matiza con los rasgos de su personalidad fuerte, decidida y con una voluntad a toda prueba, muestra su escritura con esplendor en el despliegue de imágenes opulentas de matices. Allí se percibe su amor a la naturaleza, a las cosas simples de la vida, el andar de su permanente soledad, su solidaridad con los más desposeídos, entre los que él mismo se encuentra.
Quiere expresar a través de su pintura, como él mismo dice “el ardor de un ser por el brillo de una puesta de sol”
En el abanico de los colores, sus palabras destacan su trabajo exagerado en la lucha por progresar, hasta olvidar alimentarse, para continuar pintando. Con la convicción de que algún día esas obras serían valoradas, se contrae en su labor, con ansias de superación e intentando instruirse día a día, leyendo ávidamente.
Vincent pinta y escribe vida: en dibujos y pinturas muestra la verdad de los campesinos, obreros trabajando, mineros en el fondo de las minas, mujeres tejiendo, cosechando. Sus temas son las realidades de todos los días, las manos rudas, los zapatos rotos, el dolor de los vencidos, como fue él mismo.
Escribe que quiere pintar “el retrato con el pensamiento y el alma del modelo” Admira a maestros de la literatura como los ingleses Shakespeare, Dickens, los franceses Zola; Daudet, Goncourt, Balzac y su querido Víctor Hugo, quien dice que “sin embargo el sol se levanta”, palabras que tal vez le dieron ánimo para continuar su esforzada realidad.
Sus palabras, así como sus colores siempre tienen algo que expresar y anota: “Las más grandes, las más potentes fuentes de la imaginación, también han hecho del natural cosas ante las cuales uno enmudece”.
Su sensibilidad es atrapada por las hojas del otoño, por sus cambiantes colores. Pinta árboles, jardines, cultivos, almendros en flor, que describe literalmente con pluma magistral.
La relación e ingreso en el mundo de los impresionistas, sus amigos buscadores de la luz, a los que acompañó y de los que recogió el elemento prodigioso de la luminosidad que faltaba en sus obras, le significó la valorización de las tonalidades que incorporó a su paleta.
“Trato de encontrar mi felicidad en la pintura, sin segundas intenciones”, dice. Pero esa felicidad que buscó a través de amistades u amores, no llegó nunca a sus orillas.
Pasión por el trabajo, esa es la vida de Vincent. Pone allí toda la fuerza de su personalidad, sin extraer recursos de otros artistas, usando como dice, “sus propios versos para ver” y recuerda que “la existencia de un artista es a veces, bastante penosa”. En las cartas se percibe sus soledad y necesidad de cariño y también se insinúan los efectos de su salud debilitada.
Pinta ojos humanos, pordioseros, mujeres de la calle, jóvenes comunes, antes que grandes señores o catedrales. Quiere mostrar la vida, el alma de la gente, aquello que vibra, y se expresa: “Pintar seres humanos es la esencia del arte italiano”, que admiraba. Busca el espíritu detrás de la vestimenta, los sentimientos como medio de expresión, la esencia del arte.
No le interesa lo que opinen los demás, él quiere ser él mismo en su trabajo y nada más. Le interesa “ser verdadero”.
Las descripciones de las regiones que aborda para su pintura, son pura poesía. Va más allá de las palabras que se traducen en la utilización de los colores del paisaje, donde se refleja la pasión que lo anima. Ama a la naturaleza, la vida vibra en ella, en los ciruelos blancos, en los duraznos rosados, en los prados verdes, en los cielos cambiantes, en los huertos en flor, en los cipreses, en los trigales maduros, en los girasoles que amaba.
Quiere “expresar la esperanza por medio de una estrella”, y así lo escribe. Hay emoción y admiración hacia lo que ve y lo anota con sutiles vocablos, pero deja al descubierto su orfandad, sus crisis y el alcohol que lo consume.

Vincent, puro fuego y pasión.

Admira y destaca la obra de otros pintores, tanto holandeses, ingleses y franceses. Recuerda las obras de los impresionistas, los paisajes de Monet y Pizarro, los bellos rostros de Renoir, destaca a Manet, a Cezanne, Touluse y a su amigo Paul Gauguin. Ama el colorido que utiliza y su paleta, como su pluma se vuelven brillantes y luminosas.
En su correspondencia escribe con profundidad, reflexiona con hondura, intuye que su vida no será larga, dada su descuidada salud, pero presiente que pertenece a los pintores que dejarán algo para el futuro, un arte diferente, porque sabe que el arte es más durable que la propia vida.
“Quisiera pintar hombres y mujeres, con no sé qué eterno, cuyo símbolo en otros tiempos era la aureola, y que nosotros buscamos por la misma irradiación, por la vibración de los colores.”(Carta 131)
Escribió dos últimas cartas a Theo, antes de querer quitarse la vida, en un campo cerca de Auvers, en el sur de Francia. Puso en el correo una de ellas, a la otra la llevaba entre sus ropas al pegarse un disparo, que dos  días después tuvo un resultado fatal, deteniendo los latidos de su corazón apasionado.
Tenía treinta y siete años.
Seis meses después fallecía también Theo, como si hubiera querido reencontrarse con su querido hermano, más allá de la vida.

(c) Elida Farini
Córdoba

Elida Farini es escritora.


http://www.elidafarini.com.ar/
















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