El velorio del angelito
A Laurita
Tenía siete años cuando a mi familia llegó un nuevo integrante. Pequeñito con un mechón de cabello que caía sobre su frente, ojitos muy negros como dos brillantes aceitunas y de largos deditos que sacaba por entre los orificios de su blanco chal, tejido delicadamente por las manos de mi madre. Siempre estaba muy calentito y yo me pasaba las horas contemplándolo arrodillada al costado de la cama, tocándole con la punta de mis dedos sus manitas, y mirando esas margaritas que se hacían en sus mejillas al sonreír.
Yo vivía con mi abuela algo alejada de la casa de mi madre, por esa razón contaba los días con ansias marcando el calendario, para que llegara el fin de semana pa partir y contemplar a la guagüita nueva, esa que había alegrado la gran casona con su llanto desde su llegada. Su olorcito a esa crema de guagua y su piel suavecita y tibia, me llenaban de un gozo inexplicable y podía estar a su lado contemplándolo , sin apenas respirar, solo gozando de su compañía durante largo rato. Era hermoso el Guido y yo lo quería con un cariño entrañable.
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