foto: (c) Revista Archivos del Sur - victrola, fotografía tomada en el Museo Casa de Carlos Gardel |
Duendes mágicos, sin silencios tristes. Surgieron sin ser vistos, en ese infierno descomunal y bárbaro. Invisibles, se introdujeron veloces en la máquina incendiada y rescataron ese cuerpo, que las llamas incontenibles estaban devorando. Lo lograron sacar, haciéndolo invisible como ellos. Lo llevaron a su guarida, en las entrañas terrestres. Lo depositaron en una cama oval, sobre un manto intensamente rojo. Y lo contemplaron allí, tendido boca arriba. Parecía dormir. Ojos blandamente cerrados, labios entreabiertos. Su rostro se veía afectado por el fuego, en diferentes sitios. Gran parte de su cuerpo también estaba quemado. Sumieron al hombre en un profundo sueño y como el mejor equipo médico, lo despojaron de los restos de su ropa y lo limpiaron con mucho cuidado, no dejándole el menor rastro de piel muerta. Luego lo cubrieron, incluyendo su cara, con un ungüento amarillo y lo vendaron, pareciendo estar viendo a una momia de reciente factura.
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