Maiden con Livia |
(Las Palmas de Gran Canaria) Rosario Valcárcel
La primera vez que vi a Maiden, supe que no era el gato con botas que yo había conocido en mi niñez, ni el de Shrek y mucho menos el negro de Allan Poe. La primera vez que la vi me provocó la misma impresión de aquellas historias literarias de animales humanizados que, inventados por seres humanos, me desataban pánico. Miedo, el mismo que me originaba aquellos cuentos de ogros y brujerías de mi infancia, tanto que lo recuerdo como la única cosa que parecía proporcionarme desasosiego.
Pero afortunadamente todo eso cambió con los años, y entre la gata y yo se fue creando un vínculo, que yo me atrevería a decir, amoroso. Maiden se dejaba acariciar, se acurrucaba junto a mis pies, se subía a mi falda, ronroneaba cuando yo le acariciaba con la yema de los dedos: el cuello, el lomo, la barriga. ¡Cuánto le gustaba! Me seguía por todos los rincones de la casa. Remilgada y caprichosa, apuraba el paso, se escondía y con sus garras hacía miles de diabluras. Pero poco a poco como un hada convertida en gatita nos fue conquistando. Se ganó el corazón de la familia. Y yo entendí el por qué en la antigüedad los adoraban como a dioses.
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texto y fotografía enviado y autorizado por Rosario Valcárcel para su publicación en la revista Archivos del Sur
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