A la Coqui la
fuimos a buscar una tarde de invierno. Hacía mucho frío. La abuela Eusebia me
apretaba la mano con fuerza y su anillo se incrustaba en mis dedos. Su
protección era un sufrimiento insoportable.
La Coqui era
hija del tío Mauricio, hermano menor de la abuela. Como hermana mayor siempre
lo había protegido. Era el más buen mozo de sus hermanos, y también el más
zonzo. Cualquiera lo podía engatusar entre sus piernas, decía mi abuela. Mauricio
estaba muy enfermo, según mi abuela le quedaba poco tiempo. ¡Todo por culpa del
cigarrillo! “Está condenado”, repetía ella.
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