En su cara llovía la tristeza y luego quedaba detenida en
sus mejillas como no queriendo caer.
Toda lluvia luego tiene un resplandor, me dije. Cuando
parpadeó, sus ojos fueron un abrazo donde escondí mi propia pena.
Los dos estábamos
solos en una calle que no tenía medida y en la que nunca podríamos transitar
totalmente. La pensé así: una calle sin medida, porque al final una oscuridad
la hacía parecer tenebrosa.
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