Todo es un temblor de estrellas agazapadas en el cielo de una claraboya oxidada. Una caricia corrosiva y sutil ha gastado los bordes de ese mundo de hierro. Por allí pasan las nubes demasiado rápido. Otras veces se quedan quietas en un tiempo de infinitos grises, enfriando el cuarto.
También yo me enfrío, como si fuera una cama, una mesita de luz, el velador adosado a la pared. Me siento una cosa inútil que se va oxidando día a día. Alguna mañana la enfermera encontrará entre las sábanas, una figura ocre y desvaída.
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