Mi ojo se convirtió en un centinela al que puse de guardia en el bosque
de mi noche interior y me esforcé así en adiestrarme para vigilar lo que
ocurría dentro de mí.
Pasaban tantas cosas, me abrumaba la noción que tenía de ellas,
preguntándome el por qué de los sinsentidos en el acopio de la rutina.
¿La rutina es mala?, me preguntaba. No, cuando se vuelve creadora y nos
deja algo, pero cuando solo sirve para servir y contentar a los otros, cuando
el tiempo es un enemigo insalvable y nos avisa que ya está, nuestro propio
tiempo se va acabando. Es cuando el ojo impiadoso observa el acontecer de las
cosas sin importarle nuestro deseo.
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