Elina, que había sabido ser amiga y algo más del hijo fue esa mañana temprano a visitar al viejo. Un sueño durante la noche anterior le anticipó lo que iba a pasar durante la visita. Elina deslizó la traba del portón que daba al jardín y entró. Un perro atado ladró varías veces. Era un caserón antiguo en la Provincia de Buenos Aires, de esas casas grandes con jardín, galería y patio, frescas en verano, frías en invierno. El viejo estaba sentado bajo la parra, medio en la sombra se podía ver la curva de su barriga y un poco el pelo blanco. Sostenía en una mano un libro. Algunos rayos de sol se filtraban entre las hojas.
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