(Mujer llorando)
Reportaje en la calle
En una esquina conocida de la ciudad trato de aproximarme a alguno de ellos. Tanto de día como de noche deambulan por las calle, en los semáforos como pequeños payasos de un circo imaginario que procuran algunas monedas a cambio de sus inventadas acrobacias. Uno de ellos se acerca y desafiante me pregunta, quizás al ver en mi mano un grabador.
-¿Qué querés saber?
Me sorprende su actitud, parece mayor por su cara curtida por los cambios climáticos, me atrapa su desparpajo y la seguridad con que me enfrenta. Trato de ser amigable y le digo:
-Por qué estás acá cuando deberías estar en la escuela o el liceo?
- Desde hace unos meses me enseñaron unos trucos y me vine a los semáforos y aunque soy petiso, tengo quince años…
-¿Dejaste el liceo o no ibas?
- Sí iba, pero no me gusta que me mantengan, tengo que trabajar y no pedirle dinero a la “vieja” con la que vivo porque somos muchos hijos.
Un muchachón alto y delgado, apodado “el pecoso” se acerca para intervenir:
-Yo ya estoy acostumbrado, empecé desde chico en esto, vendí rosas por dos años y no terminé primero de liceo porque tenía muchas faltas.
-La “guita” se la llevo a la “vieja”, no me pide una cantidad, sí que lleve algo. Otros tienen que llevar una cantidad por día porque sino los “viejos” le dan “una”...
Muchos niños y adolescentes se encuentran en esta situación. Muchos obligados por mayores sin escrúpulos otros porque comprenden que son muchas las bocas que alimentar en la casa y se lanzan a la calle sin pensar en los peligros que lo acecha.
Sigo recorriendo las calles pero esta vez con cuatro policías en una camioneta, salen como ellos lo dicen a “cazar duendes antes que la calle los convierta en demonios,” pero cuanto más trabajan más frustrados se sienten, son policías de la comisaría de menores, los arrestan hoy y en la mañana están en la calle otra vez.
Son las 23.40, los policías se bajan del móvil y ven a una niña de unos doce años, tomando del suelo tres limones con los que acaba de hacer malabares al pie de un semáforo.
No se sobresalta, antes que le pregunten dice: “lo que pasa es que mi madre no tiene trabajo” Es una adolescente, parece una niña, una muñeca de cara sucia y ropas superpuestas.
Ya en la camioneta repite como una lección de memoria, “vivo muy lejos, voy a la escuela de tarde.”
Esa noche pasaría en una celda de la Comisaría de Menores y luego en la mañana sería entregada a su madre si ésta la reclamaba, si no es internada en el Instituto del Menor y Adolescente.
En otro lugar, cuatro pequeñas siluetas transitan por la vereda, un policía se baja del móvil y se les para delante, los cuatro niños dijeron al unísono:
-¡Otra vez!
-No seas malo... si no estamos haciendo nada... estamos pidiendo monedas... no seas malo, me vas a hacer pasar otra noche allá, se quejó uno de los chiquilines.
Me comenta el policía a cargo, que este es el panorama que se vive durante la noche.
Mientras los” bien alimentados” duermen entre acolchados de plumas su indiferencia.
(c) Magda Lago Russo
Montevideo, Uruguay
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