Enemigos públicos
Michel Houellebecq – Bernard –Henri Lévy
Editorial Anagrama
Traducción de Jaime Zulaika
(Buenos Aires)
Anagrama lanzó en castellano el libro “Enemigos públicos” – un intercambio de correos electrónicos entre el escritor – poeta y novelista – Michel Houellebecq y el filósofo Bernard-Henri Lévy entre enero y julio de 2008.
El origen del libro está en una comida en un restaurant que compartieron una noche Houellebecq y Bernard –Henri Lévy. Ahí acordaron empezar la correspondencia a través del correo electrónico que se convirtió en este libro.
Houellebecq empieza diciendo al filósofo: “…tanto usted como yo somos individuos bastante despreciables…”.
El novelista le dice al filósofo: “…Especialista en números descabellados y payasadas mediáticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lleva. Íntimo de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena, es emblemático de lo que algunas revistas un poco de baja estofa como Marianne siguen llamando la “izquierda-caviar”, y que los periodistas alemanes denominan con más finura la Toskana –Fraktion. Filósofo sin pensamiento, pero no sin amistades, es además el autor de la película más ridícula de la historia del cine…”.
Después la emprende con una definición de él mismo: “…Nihilista, reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso: sería hacerme un honor excesivo encasillarme en la poco apetitosa familia de los anarquistas de derecha; fundamentalmente soy sólo un patán. Autor insulso, sin estilo, accedí a la notoriedad literaria gracias únicamente a una inverosímil falta de gusto cometida, hace varios años, por críticos desorientados. Desde entonces, mis provocaciones jadeantes acaban cansando..”.
Y luego los engloba a los dos: “…Entre los dos simbolizamos perfectamente el apoltronamiento espantoso de la cultura y la inteligencia francesa, recientemente señalado, con severidad pero justeza, por la revista Time…”.
Bernard-Henri Lévy le responde enseguida: “…¿Por qué yo? ¿Por qué iba a entrar, en definitiva, en este ejercicio de autodenigración? Y por qué iba a seguirle en ese gusto que usted manifiesta por la autodestrucción fulminante, maldecidora, mortificada? No me gusta el nihilismo. Detesto el resentimiento y la melancolía que lo acompaña. Y pienso que la literatura sólo vale para contrariar ese depresionismo que es más que nunca la contraseña de una época. Podría consagrarme, en este caso, a explicar que hay cuerpos felices, obras logradas, vidas más armoniosas de lo que parecen pensar los planideros que nos detestan. Asumiré el mal papel, el verdadero, el de Filinto contra Alceste, y rendiré un elogio sincero de sus libros y, si no hay más remedio, de los míos. Es otra posibilidad, otra manera de abrir la charla…”.
Con estas definiciones y estos argumentos se abre así el apasionante diálogo de quienes – según ellos mismos consideran – se han convertido en “enemigos públicos”.
Uno de los temas – ya que nada de la época parece ser ajeno a estos escritores – es el del libro que publicó la madre de Houellebecq, Lucie Ceccaldi, quien saltó a la fama literaria al publicar un libro donde defenestra al hijo.
Houellebecq, quien fue abandonado de niño y quedó al cuidado de su abuela, resultó profundamente afectado por el libro de la madre y dice “…Tiene razón, querido Bernard-Henri, al señalar que el caso de la “desde ahora célebre Lucie Ceccaldi”, como usted dice, contiene una malignidad más radical que las malas madres de la literatura moderna; podemos, en efecto, recordar a esas criaturas repulsivas salidas del fondo más recóndito de la literatura griega…”.
El novelista no se queda en el propio caso particular sino que va más allá, se remonta hacia la antigüedad: “…Otros pensarán en la monstruosa Baba Yaga de los cuentos populares eslavos, que rompe el cráneo de los bebés para devorarles el cerebro. Hay también otros ejemplos en diferentes tribus africanas. Debe haber más o menos lo mismo en todas las culturas, si nos remontamos muy lejos, a un tiempo en que todavía no se había instaurado el patriarcado, en que el derecho de vida y muerte de su prole, el derecho de despedazar y devorar a sus propios hijos pertenecía a la madre.
Lo que simplemente quisiera decirle es que hoy hemos retornado, en nuestras civilizaciones posmodernas, a la era ancestral, prehistórica de la humanidad. El cara a cara entre la madre y el hijo es en la actualidad absoluto, radical, y lo es desde la concepción: es la madre, por ejemplo, y sólo ella, la que decide abortar o no…”.
Además de la resonancia que tuvo el caso en los medios, Houellebecq se queja de la “jauría”: “…estoy en este punto, la jauría me ha alcanzado…” dice.
Bernard –Henri Lévy le contesta que ha tenido la misma experiencia acerca de la “jauría” cuando se pulveriza la frontera entre lo público y lo privado.
La “jauría” es débil, dice. Como filósofo, Bernard-Henri Lévy aplica la Ética de Spinoza, ciencia de los remedios y de los venenos, determinando cómo contrarrestar las pasiones tristes, ésas que mueven a la “jauría”: “…la mueve la envidia, la burla, el resentimiento, la maldad, la cólera, la crueldad, el escarnio, el desprecio, todo lo que Spinoza llama las pasiones tristes y de las que se ha demostrado, de una vez por todas que no dan fuerza sino debilidad; que no son signo de poder sino de impotencia; que disminuyen el ego; que reducen su capacidad de actuar; que le debilitan profundamente; que le confieren una perfección menor y una belicosidad de segundo orden…”.
Ningún tema parece ser ajeno a estos dos escritores ni tampoco escapan a su intercambio, como por ejemplo Jean Paul Sartre – a quien Bernard – Henri Lévy le dedicó el libro “El siglo de Sartre” y fue quien pareció liderar el debate que desató una gran polémica con el telefilm “Los pensadores de la libertad”, tema que fue nota de tapa de la Revista Cultura Segunda época en marzo de 2000. También el célebre Malraux es tema de conversación y de análisis entre muchos más.
En síntesis, “Enemigos públicos” es un libro apasionante para conocer el pensamiento y la historia de estos dos escritores que no temen adentrarse en la época en que viven para analizarla y cuestionarla.
© Araceli Otamendi – Archivos del Sur
Bibliografía:
Nota de tapa de la Revista Cultura Segunda época, marzo de 2000: “Con el nuevo milenio los franceses “resucitaron a Jean Paul Sartre como paradigma de intelectual”, Patricio Lóizaga.
Notas relacionadas:
Michel Houellebecq en Buenos Aires por Araceli Otamendi
Comentario de libro “Las partículas elementales”
también en el blog de lecturashttp://www.archivosdelsur-lecturas.blogspot.com/
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