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sábado, 13 de agosto de 2011
Suplemento especial DIA DEL NIÑO - Araceli Otamendi
Jessica en un mundo de juguetes
Jessica López trabaja en la juguetería desde hace poco tiempo. Es vigiladora. Antes trabajaba
también en ese shopping y antes del shopping en la venta de productos de granja. Pero de cortar
pollos, despachar milanesas y envolver huevos de a media docena estaba cansada. Cuando le
avisaron que buscaban a alguien para trabajar en ese shopping no lo pensó mucho, enseguida la
sedujo la idea de cambiar de trabajo. Jessica era una mujer joven, había sido madre desde muy
temprana edad y ahora que pasaba los treinta también tenía un nieto. Jessica no sabía casi nada de
juguetes, casi no los había tenido. A los catorce años empezó a trabajar en una casa de familia para
ayudar a sostener su hogar. Ahora, además de ser casi el sostén completo de sus padres también
mantenía a sus hijos y al nieto, un bebé de pocos meses.
A veces se miraba al espejo y se veía vieja y no una mujer de treinta y tantos años. Con el uniforme
que le dieron cuando empezó a trabajar ahí, se imaginó que su vida iba a cambiar. Al menos ahora
estaba entre juguetes, muñecas, autos, osos, casitas, rompecabezas, sonajeros, juegos didácticos,
¡podía aprehender tanto en ese lugar!
Cosas que jamás habían estado a su alcance ahora estaban ahí en los estantes. Y Jessica además
de mirar a las personas que entraban a comprar juguetes se dedicaba a mirarlos en detalle.
¡A veces le gustaría conocer a su nieto, llevarle un regalo, olvidarse de los malos tiempos!
¿Por qué no?
Y sin embargo, estaban todos tan distantes, ella de su hija, ella de sus padres, ella de todos.
A veces rebobinaba y se preguntaba por qué a ella le había tocado una vida así, nada más que
trabajar, y todas sus relaciones estaban maltrechas. Pero estar ahí, entre los juguetes la animaba.
Muchas veces de noche, cuando la juguetería cerraba, ella se ofrecía a hacer horas extras.
Se quedaría vigilando, de paso podría ordenar muchas cosas, los clientes a veces no daban
tiempo a acomodar.
Una de esas noches Jessica se durmió ahí adentro, sentada. Soñó que uno de los títeres,
el flaco de piernas largas le guiñaba un ojo, le hacía una seña y con la mano le señalaba la puerta.
Entonces Jessica se incorporaba y decidida abría la puerta de la juguetería. Los títeres bajaban
en fila desde el estante y caminando, detrás del títere flaco de piernas largas, se escapaban hacia
la calle...
Jessica volvió a la vigilia y comprobó que los títeres estaban ahí, sentados en hilera, donde los
había dejado antes de sentarse y quedarse dormida.
Esos títeres bien vestidos, con su pelo de nylon y sus trajecitos bien confeccionados, pensaba
Jessica. Le gustaría llevarle un títere o tal vez dos o tres a su nieto, cuando lo conociera. Y eso
iba pensando cuando salía del trabajo, por la mañana, una vez cumplido el horario, cómo hacer
para volver a entablar la relación con su hija, cómo hacer para tener fuerzas y conocer al nieto...
Se detuvo varias veces frente a las vidrieras.
Primero del shopping y después en la calle. Había muchos carteles en los negocios que anunciaban
ofertas:
Dia del niño.
Solamente tenía algo más de treinta años, una hija, un nieto y muchas ganas de vivir, se decía.
Una de esas noches, cuando llegó a su casa, se lavó la cara con agua fría y se miró al espejo,
se sentía extraña.
Se pellizcó entonces la cara, los brazos, para comprobar que no estaba durmiendo. Fue entonces
que recibió el llamado del jefe: en la juguetería faltaban juguetes, faltaba completo el estante de los
títeres. ¿Ella sabía algo?
Para nada, todo estaba en su lugar cuando Jessica se fue de la juguetería. Podían revisar una y otra
vez las cámaras de video, nada faltaba ahí. ¿Y entonces? ¿dónde podían estar? ¡Malditos títeres!
justo un día como ese tenían que cumplir con el sueño, justamente un día como ese tenían que escapar.
Jessica se acostó a dormir pensando que a ella no podía ocurrirle así, justamente a ella,
esos títeres no podían habérsele escapado de los estantes.
Jessica soñó entonces que todo volvía a la normalidad, ella se amigaba con su hija, con sus padres,
conocía a su nieto, le llevaba un regalo ¡un títere! Le llevaría un títere para cuando el niño creciera.
Se despertó cuando los rayos de sol casi no entraban por la persiana del cuarto. Entró a la ducha
pensando cuál sería el títere que elegiría para su nieto. Y el teléfono empezó a sonar.
Entonces el corazón empezó a latirle fuerte, fuerte, como al galope. Salió de la ducha envuelta en
una tohalla.
Era la voz de Adriana: ¿mamá?
Jessica se alegró de escuchar la voz de su hija. La invitaba a la casa a conocer al niño. ¡Era lo que
Jessica estaba esperando! Definitivamente el regalo que le llevaría era un títere. ¿pero ahora que no
estaban los títeres dónde lo compraría?
Más tarde cuando Jessica llegó a la juguetería a cumplir con su turno de trabajo, un compañero le
avisó que el jefe la estaba esperando. ¿Qué pasó con los títeres? preguntó Jessica.
Pero nadie sabía a qué se refería. Jessica repasó entonces los estantes. Las muñecas, los autos,
los osos, los caballos, los rompecabezas y ¡los títeres!
Estaban ahí, en su lugar, como siempre. El flaco también, y cuando pasó ella, por su lado,
sentía que el títere mismo, ese flaco, alto, le guiñaba un ojo con complicidad.
(c)Araceli Otamendi
Buenos Aires
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2 comentarios:
Arceli; gracias por este homenaje a los niños y a nuentro niño interior que por suerte siempre acude ante circunstancias sorpresivas de la vida.Con afecto. Ana María
¡gracias! a vos Ana María por colaborar en este suplemento, un abrazo, Araceli
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