"Para que las artes sobrevivan, la revolución del siglo XXI habrá de tener un nombre al que será difícil añadir un “ismo”. Se llamará satisfacción. Se llamará vida, realidad, el pulso de la bestia humana”.
Tom Wolfe
Esta nota fue escrita en el año 2004 y publicada en la revista Archivos del Sur, con motivo
de la muerte del gran actor Marlon Brando. El escritor norteamericano Truman Capote
hizo un inolvidable retrato de Brando que se publicó en el libro Retratos.
(Buenos Aires) Araceli Otamendi
Hace pocos días murió Marlon Brando, una gran estrella de cine. Y digo estrella porque así lo describe Truman Capote en un magnífico retrato que escribió sobre el actor. Leí innumerables artículos sobre la vida de Brando, intérprete genial de papeles inolvidables como el de Stanley Kowalski en “Un tranvía llamado deseo”, actuación que lo llevó a la fama. La muerte del actor incentivó el aluvión de notas en suplementos de diarios y revistas.
Vi en cine la mayoría de sus películas y también volví a ver muchas de esos films en video. El escritor norteamericano Truman Capote lo conoció en Nueva York 1947 cuando Brando interpretaba el rol de Kowalski en el teatro. Eso fue en un ensayo. Luego, en 1956 el escritor volvió a encontrarse con Brando en Japón, mientras filmaba “Sayonara”, la versión cinematográfica de la novela de James Michener.
Muchas de sus actuaciones me parecieron formidables: su interpretación de Napoleón en “Desirée”, en “La casa de té de la luna de agosto”, como Marco Antonio en “Julio César”, el rol de Don Vito Corleone en “El Padrino”. Sin embargo, además de la memoria que me traía las imágenes del actor, recordaba en estos días el memorable retrato que Capote hizo de Brando porque ahí lo muestra en profundidad. Brando, dice Capote, buscaba, como ahora – cuando lo ve por segunda vez - algo en que creer. Había querido ser sacerdote pero lo convencieron para que no lo hiciera. Entonces se fue a Nueva York y empezó su carrera de actor. Marlon Brando desnuda su vida ante el escritor, le cuenta acerca de sus padres. La relación con el padre había mejorado con los años. Pero con la madre había sido tremendamente difícil. La madre era alcohólica. Abandonó al padre y se fue a vivir con Brando a Nueva York. El actor lo intentó todo, “pero mi amor no era suficiente”, dice. Hasta que el hijo desistió. A partir de ahí, todo le fue indiferente confiesa.
Brando había crecido como actor desde aquella vez que Capote lo encontrara ensayando en el teatro en Nueva York y en Japón, mientras filmaba, se lamentaba que ya no hubiera papeles para él.
Recuerdo haber visto muchísimas veces las películas de Brando. Siempre, como me ocurre a menudo con casi todo, me preguntaba qué había detrás de ese actor, de esas máscaras. Quién era esa persona que interpretaba papeles complejos, difíciles.
No sé si es totalmente real el relato de Truman Capote o le ha agregado datos de su imaginación, pero la descripción que hace de Brando es magistral.
Lo que sí se es que me gusta releerlo para acercarme a una figura inolvidable del cine del siglo XX, completa mi visión de un gran actor. Truman Capote, un maestro de la prosa, un estilista, logra en ese retrato de Brando lo que pide Tom Wolfe, el designado impulsor del nuevo periodismo y autor de novelas como “La hoguera de las vanidades” y “Todo un hombre”: “Para que las artes sobrevivan, la revolución del siglo XXI habrá de tener un nombre al que será difícil añadir un “ismo”. Se llamará satisfacción. Se llamará vida, realidad, el pulso de la bestia humana”.
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