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sábado, 1 de octubre de 2011

El hombre de la columna










(Buenos Aires)

Muchas veces pasé por ahí, en una de mis caminatas por Buenos Aires, delante de "el hombre de
la columna" antes de tomar esta fotografía.
La primera vez que vi esta escultura me sorprendió. Es una figura de un hombre vestido de gris, con sombrero y que además parece teclear en una notebook, mientras la espalda se recuesta en la columna, el cuerpo se inclina sobre la máquina. Su cuerpo está orientado hacia el este, es decir hacia el río. Pero su cara y su mirada no. La columna donde el hombre apoya la espalda, o más bien, está incrustada en ella, está situada delante de un elegante y nuevo edificio, en una avenida muy cerca de otra. Varias veces me detuve a mirar esta enigmática figura. Me recuerda a algo que leí sobre "el viejo de piedra", un gran alquimista que consiguió petrificarse en vida para permanecer en Notre Dame de París. Eso dice Fulcanelli, un sabio que escribió un libro sobre el misterio de las catedrales y precisamente se titula así. Ese viejo de piedra que se encuentra en la segunda galería de Notre Dame, según Fulcanelli había conseguido la fórmula para petrificarse en vida. Su propósito era el de permanecer eternamente allí, a la espera de los iniciados que supieran comprender su mensaje hermético a través del tiempo.
Me pregunté no sin ironía, si ese hombre de sombrero vestido de gris con las manos sobre la notebook también podría ser algún alquimista que consiguió petrificarse en vida a la espera de iniciados que descifren su mensaje.
Tal vez estuviera escribiendo algún texto para el futuro, y en lugar de iniciados serían otros lectores, de otras generaciones los que podrían descifrar su mensaje. Tal vez el escultor o el arquitecto que creó esa forma - o la descubrió - quizo ironizar acerca de los yuppies que tanto se asemejan al hombre de gris. O tal vez, ese hombre de sombrero que recuesta la espalda en la columna mientras teclea en la notebook y mira el teclado se pierde de mirar hacia el este, donde está el río, el horizonte.
Se me ocurre que puede ser una metáfora del destino de quien escribe en una notebook sin mirar a su alrededor, como este hombre de gris, que ni siquiera mira algo más que el teclado, entonces se ha petrificado como el viejo de piedra de Notre Dame y ahora está en la columna. Todo eso puede ser, o tal vez no. Tal vez ese hombre de gris que teclea en la notebook necesite muchas miradas más para descifrarlo.


(c) de la fotografía y el texto: Araceli Otamendi

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