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Eduardo Galeano |
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Eduardo Galeano y Reinaldo E. Marchant |
(Buenos Aires)
El escritor uruguayo Eduardo Galeano murió hoy en su país a los 74 años. Desde esta mañana empezó a circular en los medios de comunicación y en las redes sociales la noticia de su muerte, y los comentarios y manifestaciones de pesar ante la muerte de un escritor tan leído en los países de América y del mundo y traducido a muchísimos idiomas.
La editorial Siglo Veintiuno que publicó numerosos libros de Eduardo Galeano envió una nota que se reproduce a continuación:
"Hoy, 13 de abril, a los 74 años, murió Eduardo Galeano. Sucedió en su adorada ciudad, Montevideo, junto a su gran compañera Helena y a sus afectos más cercanos. Les mandamos a todos ellos nuestro cariño y un fuerte abrazo.
Para Siglo XXI representa una enorme pérdida, no sólo porque era un autor paradigmático de la editorial (desde 1971 venimos publicando todos sus libros), sino fundamentalmente porque era un querido amigo. Pensar que la relación que nos unió fue de trabajo deja sabor a poco, ya que interactuar con él era un placer: hombre gustoso de la buena conversación, la que fluye sin apuro y con naturalidad, disfrutaba de los encuentros, de venir a la editorial a charlar con todo el equipo, de ir a cenar... El proceso de edición de cada libro era maravilloso: él participaba en todos los detalles, desde la decisión sobre el gramaje del papel y la imagen de cubierta -en general, todas elegidas o diseñadas por él- hasta la redacción del texto de contratapa, pasando por el ajuste del tamaño y la ubicación de cada ilustración de los interiores. Antes de entregarnos un manuscrito lo sometía a innumerables lecturas y revisiones, que hacía obsesivamente junto a Helena (y era divertido, porque por este método de trabajo nunca sabía cuándo iba a poner el punto final, para desesperación de su editor, que, con cariño y paciencia, iba interpretando sus respuestas para poder imaginar una fecha de entrega).
Definitivamente, hoy estamos despidiendo a un querido amigo y a un escritor que marcó a muchas generaciones, y lo hacemos con afecto y sencillez, sin palabras rimbombantes que seguramente lo hubieran exasperado.
Eduardo Galeano es uno de los autores más leídos en lengua española y sin dudas un escritor seguido y querido como pocos. Como pocos, también, encarna el mejor encuentro entre el oficio del periodismo (del que extrae la concisión, el dato preciso, la mirada atenta a los procesos sociales) y la creación literaria, un encuentro del que nacen textos anclados en la realidad y, a la vez, de una gran poesía y hondura narrativa.
Multipremiado mundialmente, traducido en innumerables países, ha escrito relatos breves, cuentos, ensayos y dos novelas. Es casi seguro que todos alguna vez han leído o escuchado palabras escritas por Galeano, incluso sin saberlo: hasta ese punto su mirada se hace eco de las pasiones comunes y no sólo de las propias, lo que lo acerca a los grandes artistas populares.
Nació en Montevideo en 1940, cuando, según él mismo dice, "el mundo no esperaba nada bueno", y allí vivió hasta 1973, cuando debió exiliarse primero en la Argentina y luego en la costa catalana de España. A los 20 años se inició en el periodismo en la revista
Marcha, sin dudas el mejor lugar para absorber toda la efervescencia cultural y política que marcaron los años sesenta. La publicación, que expresaba los ideales de soberanía de los estados nacionales y la afirmación cultural latinoamericana, fue una de las más importantes en una época en que las ideas y los debates más encendidos circulaban precisamente en las revistas; allí convivió con intelectuales y escritores de la talla de Ángel Rama o Juan Carlos Onetti. Ya en la Argentina, fundó y consolidó lo que se convirtió en otro fenómeno periodístico, la revista
Crisis, donde trabajó con el poeta y periodista Juan Gelman, y que sería formativa para toda una generación de jóvenes periodistas. En 1976 debió partir al exilio europeo, y cuando regresó a Montevideo, en 1985, fue el turno de la revista
Brecha, un puente entre las dos orillas rioplatenses, ya que en sus contratapas aparecían temas comunes a la Argentina y Uruguay.
En 1971 publicó
Las venas abiertas de América Latina, uno de los libros más leídos en todo el continente durante los años setenta, y de una vitalidad y vigencia que llegan hasta hoy. En los últimos años, de hecho, ha renacido el reconocimiento a este libro fundacional, cuyo tema es América Latina desangrada de su riqueza (sus materias primas, sus recursos naturales) por elites locales al servicio de grandes monopolios, sostenidos a su vez por las grandes potencias. Su mayor fuerza está en el propósito que lo guía, que Galeano definió como "un manual de divulgación de ciertos hechos que la historia oficial, escrita por los vencedores, esconde o miente", y en el registro, que lo lleva a escribir sobre "economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas". Ya en este libro, donde predominan la narración histórica y la explicación, se vislumbran los rasgos que atravesarán toda su escritura posterior: el hallazgo de la palabra justa, una fluidez sorprendente si se tiene en cuenta la gravedad de los hechos que se refieren, una claridad y una eficacia expresivas que nunca recaen en el simplismo.
A este libro le seguirían el volumen de relatos
Vagamundo, la novela
La canción de nosotros (premio Casa de las Américas),
Días y noches de amor y de guerra (también premio Casa de las Américas). Con este último libro incursiona en un género que cultivará en obras posteriores: los microrrelatos, esas miniaturas que logran el máximo de significado con la mínima cantidad de palabras, recuperando sucedidos, cuentos, modos de decir de la tradición oral. Este género inclasificable, que no narra grandes gestas sino historias de vida o de muerte que le permiten rescatar personas y pueblos del olvido colectivo, fue una de las marcas de Galeano: él no aspiraba a la exhaustividad académica de la historia profesional ni al recorrido convencional de la ficción, sino a esas historias arbitrarias capaces de concentrar el humor, la alegría, la belleza de la vida, y también su lado oscuro o injusto, su costado dramático.
A partir de 1982 publica la trilogía
Memoria del fuego (Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento), en la que cuenta la historia americana desde su origen precolombino hasta el presente, y que recibiría el American Book Award de la Universidad de Washington, además del premio otorgado por el Ministerio de Cultura de Uruguay.
Vendría después
El libro de los abrazos, una de las obras más clásicas y leídas luego de
Las venas abiertas... Un libro que incluye textos de una expresividad que brilla en la economía de palabras y en un simbolismo austero y rico a la vez, como "Los nadies" o "El mundo". Vale citar completo este brevísimo texto:
El mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló-, un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
Luego publicaría
Las palabras andantes (1993) y
Bocas del tiempo (2004). Y sus trabajos más ligados al oficio periodístico, como
Nosotros decimos no: crónicas (1963-1988) (1989),
Ser como ellos y otros artículos (1992),
El fútbol a sol y sombra (1995). Este último libro atestigua una de sus mayores pasiones y alegrías: el fútbol, que lo llevó a declararse "messiánico", es decir, ferviente admirador y fanático de Lionel Messi.
El fútbol a sol y sombra fue una obra en permanente proceso, siempre abierta, ya que Galeano la actualizaba, luego de cada Mundial, con anécdotas frescas y una mirada atenta a los cambios y tendencias del fútbol en el mundo. Admiraba lo que ese deporte conserva de puro juego, de disfrute, de arte, de destreza que no mide su propio alcance sino que se despliega sin cálculos mezquinos, y cuestionaba que se hubiera convertido en un formidable negocio que poco tiene que ver con la pasión. La fundación Fútbol Club Barcelona, en 2010, por su condición de hincha del buen fútbol sin importar la camiseta, le otorgó el premio Vázquez Montalbán.
En 1998 publicó
Patas arriba, la escuela del mundo al revés, que el escritor y periodista Juan Forn considera, al recordar su propia historia como lector de Galeano, "la tercera dosis intravenosa" del autor, luego de Las venas abiertas… y del periodismo de la revista Crisis. En este libro, dice Forn, "el tipo hace como los dioses algo que muy pero muy pocos son capaces de hacer: darles elocuencia ensordecedora a datos fríamente estadísticos. (...) Galeano es, para mí, un maestro en el ejercicio de humanizar la estadística. En esos microtextos que son su marca de fábrica, no sólo ha ido pelando hasta el hueso su lenguaje lírico sino que ha duplicado la potencia que tienen de haikus, de parábolas zen, al incorporarles esos recortes estadísticos tirados como al pasar, que nos ponen la realidad en la punta misma de nuestras narices". Y agrega: "Cualquiera que haya trabajado dentro de una redacción sabe que hay pocos reconocimientos comparables al hecho de que un texto de uno aparezca fotocopiado anónimamente y pegado en alguna pared de la redacción. Yo he visto más de una vez textos de Galeano pegados así, y he visto cómo se frenan a leerlos tipos que no le regalan un elogio a nadie dentro de la redacción. Y los he visto después hacer un mínimo movimiento de cabeza, asentir como para sí mismos, antes de seguir su camino como si no hubieran estado leyendo sino pensando para sí mismos".
En 2008 publicó
Espejos, una historia casi universal, donde plasma su modo de entender y practicar la historia, un modo amasado durante años: él elige dónde pararse y dónde poner el foco, él elige el recorrido arbitrario que le permitirá construir su imagen verdadera del mundo. La obra, que cuenta la historia de la humanidad en clave personal, causó conmoción y se convirtió en un éxito de público y de ventas.
Los hijos de los días, su libro más reciente, se publicó en 2012 y, previsiblemente, fue también un éxito. En él, Galeano pone en escena una estructura original, la del calendario, para jugar con ella y sacarle sus mejores frutos: si el único tiempo que importa es el tiempo vivido cada día, las 366 historias cuentan, a través de personajes conocidos o anónimos, los momentos y las experiencias, tremendos o tiernos, que definen una vida humana.
Es difícil encasillar a Galeano como escritor; nadie como él mismo para aclarar cómo se hizo escritor y de dónde salen sus historias. En tercera persona, como si fuera otro, lo cuenta así: "Había nacido gritando gol, como todos los bebés uruguayos, y quiso jugar al fútbol. Fue un mamarracho. / Después, quiso ser santo. Peor. / Intentó dibujar, y pintar, pero nunca consiguió nada digno de ser mirado. / Cuando se convenció de que era un inútil total, se hizo escritor. / Cada día camina por la costa de Montevideo, donde nació y creció, y ella, la costa, lo camina, caminante caminado, y en esos lentos ires y venires van y vienen las palabras que le caminan adentro. / Lo grave es que las deja salir".
Como todos los artesanos, Galeano fue un perfeccionista incansable, que trabajaba no sólo con las palabras sino con los dibujos o grabados que acompañaban sus textos: él se encargaba de pensarlos, elegirlos y, en muchos casos, de hacerlos.
Se dedicó sistemática e incansablemente a denunciar la desigualdad y la injusticia que atraviesan la historia de la humanidad, y a recuperar con una genialidad incomparable las tradiciones más hondas de América Latina. Siempre eligió el lado de los más débiles, con un discurso que se hacía eco del dolor pero que al mismo tiempo estaba lleno de belleza y esperanza.
Recibió el premio José María Arguedas, otorgado por la Casa de las Américas de Cuba; la medalla mexicana del Bicentenario de la Independencia; los premios italianos Mare Nostrum, Pellegrino Artusi y Grinzane Cavour; el premio Stig Dagerman, de Suecia; la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Fue elegido primer Ciudadano Ilustre de los países del Mercosur y fue también el primer galardonado con el premio Aloa, de los editores de Dinamarca, y el primero en recibir el Cultural Freedom Prize, otorgado por la Fundación Lannan, en los Estados Unidos, y el premio Elena Poniatowska, del Museo Histórico de México".
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