Astrid Lindgren |
(Estocolmo) Javier Claure C.
Volviendo al tema de su infancia, Astrid Lindgren creció en un ambiente en donde reinaba mucho amor. Este estado de armonía y la educación que recibió contribuyeron, sin duda alguna, a su desarrollo y a potenciar su gran capacidad de expresión. No obstante, una vez confesó: “Cuando tenía 3 o 4 años, recuerdo que mi madre se puso un poco grosera, y me escapé al baño que había fuera de la casa. Allí permanecí poco tiempo y cuando volví adentro me di cuenta que mis hermanos habían recibido caramelos. Consideraba que era un hecho injusto y enojada di una patada en dirección donde se encontraba mi madre. Luego me llevó a una sala y me dio una paliza”. Pero este hecho no melló la personalidad de Lindgren, porque en sus cuentos no se atisban palizas a los niños. Al contrario, toma partido por ellos y los defiende con todo su corazón. De este modo, valora la libertad del niño, su personalidad y la cotidianidad del mundo infantil. Lo que más bien marcó el fuero interno de Lindgren, es haber visto, en su infancia, injusticias cometidas contra niños que venían de una clase social pobre. Fue testigo de aquella pedagogía negra de la época. Recordaba, con mucha amargura, a ciertos niños que recibieron maltratos, por parte del profesor, en frente de toda la clase.
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