Cuando nos vamos acercando al último día del año, cuando se suceden las reuniones entre amigas, amigos, compañeras, compañeros de trabajo o de estudio, a veces con familiares, o tal vez conocidos, se conjuran algunos fantasmas. Pero no son fantasmas como aparecen en la literatura de suspenso o gótica, son fantasmas que llegan en palabras que se pronuncian en la conversación, en recuerdos puestos en palabras, y que aparentemente nadie los ha convocado. Pero llegan. Y se instalan en la conversación, a veces en medio de una reunión, o de un brindis, y entonces sí parecen pesadillas: fracasos, duelos, pérdidas, abandonos, divorcios, separaciones, muertes, quiebras, y muchos más. Esos fantasmas aparecen así, de improviso, parece que nadie los llamó y se instalan ahí, en medio de la reunión y no se van, no se quieren ir, siguen ahí. Podrían ser "los conjurados". Entonces uno empieza a pensar que para qué la reunión, para qué el brindis y el estar ahí reunidos también con esos fantasmas - pueden ser propios y ajenos - parece inevitable.
No quiero aconsejar porque sé que los consejos no sirven, simplemente pensar que lo que no tiene arreglo o no puede arreglarse, mejor no recordarlo o si es inevitable recordarlo, reservárnoslo. No andar hurgando en las heridas, en los malos momentos. Pensar en positivo, salir a caminar por una plaza o un parque, ir al río, o al mar, abrir las ventanas, leer un buen libro, recordar un poema. A veces unos buenos momentos de silencio y de reflexión ayudan. Prepararse para pasar Navidad y fin de año con una buena disposición, pensar en algún nuevo proyecto, siempre mirando hacia adelante.
Araceli Otamendi
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