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sábado, 14 de septiembre de 2013

El mundo de Anders Zorn por Javier Claure C. *




 (Estocolmo)  Javier Claure C. 
                                                                         
El famoso pintor, retratista y escultor sueco, Anders Zorn, nació el 18 de febrero de 1860 en Utmeland, una aldea de Mora en Dalecarlia (Dalarna) situada en el corazón de Suecia. Hijo de una empleada doméstica y de un cervecero alemán. Jamás tuvo contacto con su padre, Johann Leonhard Zorn. Y su madre, Grudd Anna Andersdotter, tuvo que abandonar varias veces su casa para trabajar en la cervecería Dübens. Posteriormente fue empleada de la cervecería Bayer ubicada en la ciudad de Uppsala. Durante una década hizo largos viajes entre su trabajo y su pueblo. Así que el pequeño Anders, creció en el campo con sus abuelos maternos. Desde niño acompañaba a su abuelo a pastar ovejas, a recoger leña y le ayudaba en su taller de herrería. Le gustaba esculpir caballos en madera, y a menudo dibujaba animales y personas en el reverso de las cartas que enviaba su madre desde Uppsala. Sus primeros estudios los hizo en una escuela de Mora. En 1872, año en el que fallece su padre y gracias a una reducida herencia, empezó su educación secundaria en un colegio de Enköping. Tres años más tarde ingresó a la Academia de Arte de Estocolmo, donde finalizó sus estudios con gran éxito. Aunque en una carta confesó que odiaba las matemáticas y otras materias; pero desde tierna edad mostró una capacidad artística asombrosa. A sus 20 años deslumbró al público con un cuadro, al cual lo llamó “Tristeza” (Sorg). El motivo de esta pintura; es el rostro triste de una mujer viuda. Sin dudas que este triunfo le abrió las puertas para codearse con los pintores suecos de la época. Empero, Zorn tuvo que luchar contra la pobreza. A parte de su talento artístico; era disciplinado, consciente de su quehacer  y, por lo tanto, trabajaba con ahínco para llegar a las metas que él se trazaba.
En 1880 conoce a Emma Lammy, mujer, interesada en el arte y la cultura, que tocó las fibras de su corazón. Provenía de una familia judía acaudalada.  Se enamoraron apasionadamente, y en la primavera de 1881 intercambiaron anillos de novios. Pero pronto tuvo que abandonarla, por un buen tiempo, para realizar sus viajes por Europa. Por eso pintó un autorretrato y le dejó a su novia para que no se olvidara de él. En España se interesó por la obra de Velázquez. En Londres, en Lisboa y en Paris expuso sus cuadros en diferentes galerías.
El amor a distancia hacía lo imposible entre los novios, de manera que decidieron casarse en 1885. Esta unión matrimonial, los llevó a efectuar una separación de bienes; porque Zorn no quería tocar la supuesta fortuna de la flamante esposa. Para entonces ya ganaba dinero vendiendo algunos cuadros, y empezaron a viajar juntos. Se afincaron en la capital francesa durante varios años, pero cada verano solían regresar a Suecia. Pasaban sus días libres en el archipiélago o en la bella naturaleza de Mora, en donde compraron un terreno.
En Paris pintó retratos de personajes famosos, y lo nombraron Caballero de la Legión de Honor francesa. Mientras tanto su fama internacional se afianzaba y surgían nuevas expectativas. Zorn era un pintor que dominaba los colores, la luz, los espacios y tenía un buen conocimiento de la naturaleza. Indudablemente el bien valorado prestigio de su obra hicieron de él, “un mago de los pinceles” cotizado en todas partes del mundo. Llegó a Nueva York, por primera vez, el año 1893 para una Exposición Internacional, y regresó a suelo norteamericano varias veces. Allí retrató a presidentes como a William Taft, a Theodore Roosevelt y a otras personas adineradas. Parte de su obra se encuentra en museos de Estados Unidos, de Europa  y en colecciones privadas. De su puño salieron también retratos de los miembros de la familia real sueca, pero la mayoría de su fortuna la hizo en Estados Unidos.
Anders Zorn se relacionó con reyes, con presidentes y con personas de la élite cultural europea y norteamericana. Se vestía con traje de levita y sombrero de copa alta. En Londres tuvo su atelier en la famosa calle “Brook Street”. Pero en realidad, no se sentía muy bien con ese ropaje, ni en los círculos de la élite cultural. Mostraba contradicciones en su conducta. Más bien era un hombre sencillo de costumbres campesinas. Estaba consciente  de la clase social a la cual pertenecía, y era enemigo de ciertos avances tecnológicos de la época. 
Anders y su esposa Emma nunca tuvieron hijos. Regresaron definitivamente a Suecia en 1896. Y en su tierra natal (Mora) hicieron construir, en el mismo lugar, una enorme casa para ellos, un atelier y otra casa para la madre de Zorn y sus hermanastras. A lo que podríamos denominar el “Complejo Zorn”. Lo recibieron como a un rey, como al pintor  que ponía en alto relieve el nombre de su país. El orgullo era enorme entre los lugareños por tener, en su tierra, a un hombre famoso que se juntaba con la élite sueca, pero también con el pueblo. Iba a los mercados donde se hacían fiestas, hablaba con los campesinos sin ningún problema y regalaba los premios en diferentes concursos que se realizaban. Su casa era un centro de reunión para los amigos más allegados. Los cobijaba por varios días y hacía fiestas de lujo; a las que acudían príncipes, pintores, poetas, escritores y artistas.
Da la impresión que a principios del siglo XX cambia su forma de trabajar. Empieza a pintar, a sus modelos desnudas, dentro de cuatro paredes en su atelier. O sea, posan más cerca de él sentadas en un sillón delante de un telón de fondo, y sus ojos son más observadores a los embrujos femeninos. Zorn está más viejo y probablemente con algunos sueños carnales en la mente. La gente conservadora, de aquella época, buscaba un equilibrio más ético en su obra. Otros lo consideraban un capitalista que tenía el cinismo de cobrar grandes sumas por hacer retratos. Quizá por eso decían que su celebridad se caracterizaba por tener una moral floja. Lo cierto es que el afamado pintor, como todo genio, no fue comprendido en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, donó dinero a diferentes asociaciones culturales. Junto a otros pintores famosos como Carl Larsson y Bruno Liljefors inauguró, en 1916, la célebre Galería de Arte “Liljevalchs” en Estocolmo. 
Finalmente, muere el 22 de agosto de 1920, y deja una fortuna de más de 4 millones de coronas suecas. De su testamento se deduce que Anders Zorn y su esposa Emma Lammy donan al Estado sueco todos sus cuadros, sus esculturas, sus retratos  y el “Complejo Zorn”. Emma se queda sola en la enorme casa. Y los años que le quedan de vida, se dedica a comprar los óleos que su marido pintó y que los había vendido en momentos de necesidad.
Es importante señalar algunos aspectos que marcaron profundamente la vida del pintor sueco. Recordemos que jamás lo conoció a su progenitor. Por eso nunca pintó un cuadro de su imagen. En algunas ocasiones se quejaba a su abuelo por sentirse huérfano de padre. Y las situaciones adversas de la vida, hizo que no la tuviera a su madre en su infancia; cuando él más la necesitaba. Zorn escribe en su autobiografía: “Recuerdo vagamente que, en mis primeros años, alguien me sujetaba en su regazo, pero no era el de mi madre. También recuerdo que una vez estuve llorando sentado en el trineo de uno de los vecinos. Ese día mi madre nos acompañó a cruzar el Silja (enorme lago) porque se iba a trabajar a Uppsala. Desde muy niño me di cuenta que era un hijo sin padre. Siempre tuve la sensación de ser una vergüenza para mi madre, de ser fruto de un error cometido por ella”. Pero a pesar de llevar ese peso, del destino, en sus adentros; siempre escribía a su madre cuando se encontraba lejos de él. Estaba consciente del trabajo sacrificado que hacía. Inspirado en ella pintó un cuadro, en donde se ve la energía y los brazos fuertes de mujeres levantando botellas.
A su madre le aseguró una vejez sin preocupaciones materiales, le obsequió una casa, le daba dinero y vivía cerca de él junto a sus hermanastras. Según algunos historiadores, la relación con su madre era respetuosa, pero fría y distanciada. El hecho de no haber recibido amor y cariño de un padre y de una madre, afectó enormemente el fuero interno del artista. Nunca pudo dar un amor profundo a su pareja. El afecto y la ternura que tuvo por Emma a un principio, se fueron languideciendo como pompas de jabón. La trataba fríamente, con autoridad y, a veces, decía que era asexuada. Cuando uno visita su casa en Mora, inmediatamente salta al aire esa relación de frialdad que prevalecía entre ellos. Dormían separados. El dormitorio de Emma luce una cama pequeña con toldo, bañadores, jarras de porcelana, peinetas, floreros y botellas de perfume. Mientras que la habitación de Anders es un poco más grande; y uno puede observar en un escritorio cigarreras, cortaplumas y bolígrafos. Enfrente a su cama hay un cuadro de una mujer desnuda. Su amigo Carl Larsson había pintado especialmente para él. De manera que podía contemplarla todas las noches antes de dormir, y todas las mañanas cuando abría los ojos. Zorn fue un hombre mujeriego, un hombre que practicaba el placer con diferentes mujeres. Y, como castigo según las malas lenguas, dicen que había contraído una enfermedad venérea. Alguna vez dijo: “me encantan las mujeres, y me he acercado a ellas; no siempre con buenas intenciones”.
Gran parte del repertorio temático de Zorn, a lo largo de su carrera artística, incluye sus cuadros de mujeres desnudas bañándose en un río, sentadas en un sofá o simplemente echadas en una cama; pero muy lejos de lo vulgar y lo pornográfico. Las finas pinceladas que trazó en esos lienzos, pusieron de relieve los encantos femeninos para quedarse  en la memoria de los espectadores. La mujer para él, como lo fue “La Maja Desnuda” para Francisco Goya, era una fuente de inspiración y una imagen de la belleza terrenal, a la cual los varones se aferran.
Es decir, lo erótico, en los cuadros de Zorn, está plasmado entre la naturaleza de un paisaje o de un determinado lugar, y el misterio del cuerpo desnudo de la mujer. Las posturas más sugerentes de sus modelos fueron motivo de especulación y críticas, por aquellos que no estaban preparados para ver a la mujer como soporte de su arte. En otras palabras, existe un diálogo secreto en medio de la modelo desnuda y la avidez visual del artista. Algunos de sus cuadros reflejan la relación que existe entre la mujer y su rol como madre.
Los últimos años de su vida se la pasaba horas de horas en su atelier, pintando cuerpos desnudos de mujeres hermosas y jóvenes. Algunas de ellas fueron empleadas que trabajaban en su casa. Mientras él permanecía en su atelier, Emma se encontraba a unos 70 metros; muchas veces sola y furiosa. Ella fue una compañera comprensiva, una madre protectora y la mujer que aguantó las ocurrencias de su marido. Algunos críticos, apoyados en las teorías de Lacan, han dicho que en las pinturas de Zorn hay un deseo de lo ausente. Quizá haciendo alusión a la falta de un contacto íntimo con el sexo opuesto. Sin embargo, se ha especulado que en su atelier tenía relaciones con las mujeres que posaban como modelos. Hoy en día, en el pueblo donde nació y en Mora, existen anécdotas  e historias relacionadas con mujeres, y hablan de algunos posibles hijos que dejó.
Dicen que el tiempo de duración de algunas obras es efímero, pero esta afirmación no es válida en el caso del pintor sueco. La obra de Anders Zorn está presente año tras año, y todo ese arte conceptual que él quiso transmitir; se fusiona entre el artista y el espectador. Una vez más, el arte ha encontrado la manera sublime de tocar los corazones de su público.
En fin, los cuadros de Zorn están impregnados de materias terrestres, pero también de ensueños. La figura humana para él, fue el tema central de su pensamiento y de su creación. Su interés y curiosidad por los aspectos anatómicos, lo llevó a describir con pinceladas, una y otra vez, esas formas que son muy atractivas estéticamente: el cuerpo de la mujer.
 © Javier Clare C.

Estocolmo 
Suecia

*escritor boliviano radicado en Suecia 
crédito de las 
imágenes Javier Claure C.
Atelier de Anders Zorn, Mora  (Suecia)

Autorretrato, Museo Zorn, Mora (Suecia)







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