Estaba
solo en la habitación, pudo sentir ese aroma especial que se amparaba en lo
perecedero. En ese momento las lilas del parque tomaban formas descabelladas
como caballos alados bordeando los costados del ventanal. Se sintió cerca de
Dios, tan cerca como si el murmullo de su propia alma lo abrazara.
Cuando el jardín se cubrió de oscuridad, abrió la puerta de su habitación y salió al aire. El croar de las ranas y el canto de los grillos lo hizo creer que toda su existencia era obra de algo sobrenatural e inasible.
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