Mis tíos eran muy machos allá por el 1900, siempre pegaban a sus
mujeres. Era una herencia del padre que resplandecía en cada hijo. Mi abuelo
Agustín, golpeaba a la abuela María en la madrugada, porque no podía hacerle un
huevo frito entero e impecable. Inevitablemente se rompía ante los ojos
adormecidos de la abuela, corriendo por la sartén como una sombra amarilla.
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