Por un momento el desasosiego se apoyó en mi hombro y lentamente fue
haciéndose recuerdo. Tal vez esperaba que esa sensación no me dejara, tanto de
alborotados estaban mis sentimientos.
Si los sentimientos se pierden sin que podamos grabarlos, en un tiempo
son todo y después una nada. Los sentimientos vuelan a cualquier lugar y ya
nunca más serán nuestros.
Había perdido en una espesa bruma, el sudor que me cubría al llegar a la
escuela, con ese olor a tiza y desesperanza que tanto aborrecía. La tiza
siempre molestó la sequedad de mis manos y mi olfato, con ese polvo inútil que
me sabía a exigencia, a encierro, a números esquivos que se escapaban de mis
maltrechas neuronas. Ahora ni siquiera puedo comprender ese malestar que me
llevaba a la náusea, tan solo por la presencia de la profesora de matemáticas.
Una mujer flaca como una vara de mimbre,
apoyándose en nuestros miedos para
alagar su vanidad de docente intachable. ¡Fidelidad a los números!
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