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domingo, 26 de septiembre de 2010

Mark Rothko en la visión de un filósofo

MARK ROTHKO S/T (amarillo, guinda, anaranjado), 1947
Mark Rothko, S/T (amarillo, guinda, anaranjado), 1947, Óleo sobre tela
173 x 107 cm. Colección Museo Rufino Tamayo



Mark Rothko en la visión de un filósofo

(Buenos Aires)

Según el filósofo Félix de Azúa, “No hay mejor prueba de que las obras de arte, lejos de ser un producto de quienes las firman, no son sino liquidaciones de una deuda largamente impagada por todos los humanos” dice.
Félix de Azúa define a los artistas expresionistas abstractos como "un puñado de místicos, teósofos y esotéricos, obligados a dar un alivio a su iconoclastia para distraer la locura que les amenazaba. Hombres persuadidos de que la inmortalidad nos persigue como el tábano a Pasifae, y que basta con despojarse del cuerpo y de todo cuanto nuestro cuerpo produce (como la totalidad de los objetos y las cosas orgánicos e inorgánicos) para alcanzar de inmediato la pureza de los inmortales"

El filósofo español dice acerca de los discípulos de Kandinsky, Malévich y Mondrian que ninguno de ellos estuvo ya traspasado por el rayo de la poesía. Sin embargo, Algunos americanos de la primera mitad del siglo XX, como Rothko, Pollock, Newman o Still, borrachos, teósofos, suicidas y dinamiteros,  anduvieron cerca de conseguirlo. 
Mark Rothko, el artista más lírico del grupo, pintaba enormes telas compuestas por un fondo de soberbio color rojo, o azul, o naranja, etc. Sobre el cual se situaban dos o tres rectángulos de diferente área y de colores igualmente deslumbrante. Cuando comenzó a tener éxito, en los años cincuenta, los millonarios compraban sus telas para adornar sus colosales despachos o los salones enlosados de mármol. Pero he aquí lo que Rothko quería expresar en sus telas, lo que él creía estar pintando:

“[en mis pinturas quiero expresar] el secreto pero inmediato acceso al terror salvaje, al sufrimiento, a los caminos cegados y a las aspiraciones muertas que yacen en el abismo de la existencia humana, desde donde se alzan para atacar sin descanso el sosiego de nuestras vidas.”.

Cuando estos feroces ataques al sosiego y estos accesos al terror salvaje comenzaron a decorar las salas de las juntas de los más orondos accionistas de Wall Street, Mark Rothko se suicidó. Era el 25 de febrero de 1970 y también él era millonario.


Bibliografía: Félix de Azúa, Diccionario de las Artes, Editorial Planeta (Barcelona, 1999)


EL cuadro original de la imagen de Mark Rothko fue exhibida en Buenos Aires, en la muestra de la Fundación Proa "Arte del Siglo XX", Colección Rufino Tamayo.

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