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sábado, 4 de diciembre de 2010

Jugando a escribir un cuento - Marié Rojas Tamayo


imagen: Ray Raspall Rojas


Esto ha ocurrido siempre a lo largo de la historia. Qué poco hemos aprendido con los siglos. ¿Cuánto más necesitamos sufrir antes de recordar de nuevo que el amor existe?

Lazos de amor
Brian Weiss


Hoy no voy a escribir una historia, voy a plantear una incógnita, para que cada cual la despeje a su gusto:

Ella ve pasar un hombre por la calle opuesta, sus ojos se cruzan y, en ese fugaz instante, le vienen las memorias acumuladas en existencias anteriores… No sabe cuántas, mil, mil y una… Es el rostro del amor, aquel que ha amado en cada vida. Él la mira con insistencia, intentando recordarla, no sabe de dónde, y aunque no lo logra, sonríe, cruza la acera y camina hacia ella.

Pero ella recuerda. Recuerda que ese amor, el que ha marcado cada una de sus existencias, es el que la abandona siempre, dejándola sumida en una tristeza que la acompañará por el resto de su permanencia en ese cuerpo.

Se halla en un momento crucial: Puede volver sobre sus pasos y evitar el encuentro, o quedarse y aceptarlo. Un paso atrás, o una sonrisa pueden cambiarlo todo. La historia está a punto de reescribirse o ser borrada para el resto de la eternidad…

Hasta aquí el planteamiento del cuento.

Es una lástima no recordar el mundo anterior a este nacimiento, más allá de ciertos extraños “flashes” de la memoria. 

Y es una bendición, los dioses son sabios... por algo lo harán.
¿Sería feliz el niño que recordara sus vidas como anciano, sus muertes, sus desilusiones y sus duelos? Vivir sin la inocencia, desdeñar la edad de los “por qué” o, como en este caso, no poder volver a la emoción del primer amor, porque sería el mil y dos de los "primeros amores", cuyo fin anticipamos.

Nos queda, no obstante, esa curiosa intuición de eternidad, jamás comprobada por lo que llamamos ciencia, de que hemos estado aquí, volveremos a estar... “Estoy seguro de que he estado aquí tal como estoy ahora, mil veces antes, y espero regresar otras mil veces más”[1].

Quedan los “dejá” y esa sensación de cruzarnos con alguien cuyo rostro nos resulta familiar, pero no recordamos de cuándo o de dónde; la magia de sentir que lo conocemos desde hace siglos, milenios.

En esta vida también tenemos mucho que aprender, más allá del ciclo de muertes y reencarnaciones: Nacemos y morimos muchas veces en cada existencia terrenal. No me refiero al camino trillado de "el niño da paso al adolescente, al joven, al adulto, al anciano". Hay renaceres marcados por hitos, causas externas, maduraciones internas, desengaños, emociones, alternativas... Suceden más allá del paso de una edad a otra. Y tenemos la oportunidad de ser mejores al enfrentarnos a cada uno.

Por otro lado, podemos preguntarnos: Si el encuentro se repite, algún motivo ha de existir – todo gira alrededor de la Fe, nada es cierto hasta tanto no creemos en ello -. ¿Será para que ella desteja el lazo o porque algo ha de asimilar, algo olvidado y esencial?
¿Debemos romper el ciclo? ¿Está en eso la clave de ponernos ante las mismas disyuntivas? La vida se compone de encrucijadas, de elecciones, y nos ha sido dado el poder de enseñorearnos de nuestras decisiones.

Al mismo tiempo, la verdadera enseñanza, ¿no se tratará de repetir "ciertos errores"? Si he amado a alguien que reconozco en cada vida, que no me reconoce pero me ama a partir de que se produce el reencuentro, que sé que me va a dejar porque ya lo ha hecho, y que voy a sufrir por esa causa... ¿Sería razón suficiente para perder la magia de volver a descubrirnos? Si al hombre que lleva años de casado le fascina cuando su esposa estrena un vestido, imaginen la emoción que suscitaría reconocer a un viejo amor en nuevo cuerpo, con nuevo nombre y "un nuevo pasado a cuestas".

Un solo paso puede decidir el desenlace… It’s still the same old story[2], la misma vieja historia, siempre nueva, que ha iluminado películas, canciones, novelas, obras de teatro y que se resume en la eterna duda entre la lucha por lograr la felicidad o la posibilidad de vivir sin conocerla, evitando con ello conocer el dolor, porque como el yin y el yang, todo trae aparejado su opuesto.

Algunos parten sin la ventura de haber dicho a quienes amaban que los querían, cada vez que necesitasen hacérselo saber, sin tener que buscar un pretexto - ¿es necesario? -. Nadie se los dijo, ellos no lo dijeron. Las frases no fueron pronunciadas en una ni otra dirección, todo quedó encerrado. Llegaron y se marcharon como moluscos en sus conchas.

Y si algo venimos a aprender, es a Amar, en el más amplio sentido de la palabra.
Así sea solo por eso, ¿vale la pena repetir el encuentro y volver a padecer el desenlace? Quién sabe si a ella le ha sido dada tan exclusiva memoria para vislumbrar que el dolor no existe – otra ilusión, otro velo de Maya -, pues tras una breve pausa, sus caminos volverán a cruzarse. La cita se ha fijado, en cualquier edad, en cualquier rincón del planeta.

Mas, esto es solo un punto de vista. La interrogante sigue abierta.


(c) Marié Rojas Tamayo
Ciudad Habana, 4 de diciembre

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