La tarde
Le gustaba mirar por la
ventanilla las casas chatas, los pastos salvajemente largos, los árboles erguidos
como estatuas heladas, los troncos pintados con cal para que no se
los coman las hormigas. Le gustaba disfrutar del paisaje pobre, de esa ausencia
de edificación lujosa, de esa misteriosa desolación de la Provincia de Buenos
Aires al sur. Pasaban árboles y más árboles, también las piletas con el agua
azul de los clubes de Avellaneda. Faltaba poco para llegar. El sol empezaba a
entibiarse. El guarda pide el boleto. Los ojos como dos alfileres de
cabecita miran como inyectándose en las caras de las personas. Y después mirar
los afiches en el fondo del vagón, el olor a encierro, el tufo del tren.
Imaginarme el piso de la
casa al caminar, la madera crujiendo, las paredes silenciosas, los techos
altos. El jardín…
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