(Buenos Aires) Araceli Otamendi
Como si fuera un filósofo cínico, de la antigua Grecia, hay un hombre que vive en la calle, en el barrio de Palermo. Se sienta en una avenida, en un sillón. Tiene dos perros, son hermosos los perros, uno de ellos, de caza.
Al lado del sillón, cerca de la puerta de un bar, hay un cartel con la fotografía de uno de los perros. El perro estaba extraviado y el hombre lo encontró. Es que hay muchos perros, también gatos, que son abandonados en el verano. El hombre sonríe, prende unos sahumerios, y en un recipiente, recibe monedas. Cerca de los perros hay un recipiente con agua. Los perros están cuidados y con el calor del verano, duermen. Me gusta ir a tomar café ahí, voy a leer a veces. Tomo un café, tal vez dos, una gaseosa con hielo. Me entretengo mirando la gente. Hay muchas personas solas en Buenos Aires. En otras mesas se reúnen mujeres solas que se acompañan, especialmente. Hay muchas mujeres y muchos hombres solos en Buenos Aires.
El hombre de los perros pide permiso al mozo del bar para ir al baño. Y el mozo le hace un guiño. ¿Habrá ciudad más hospitalaria que Buenos Aires? Yo no conozco otra así, y eso que recorrí ciudades, muchas ciudades en mi vida, en países de Europa, en la Argentina, en Brasil, en Uruguay. Y siempre me gustó caminar por las calles estudiando la gente e ir a los bares. Preferí eso a los museos. En la apretada agenda de cada viaje. Siempre me gustó la vida, andar. Hay muchas personas solas en Buenos Aires. Y muchos perros y gatos abandonados. Sin embargo, ese hombre, con esa nada, aparente nada, sonríe. Y espera, tiene esperanza. Y un balde lleno de agua para los perros, que con el calor de la tarde, duermen.
(c) Araceli Otamendi
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