Suplemento Día Internacional de la Mujer
Estar solo puede ser una decisión tan buena como cualquier otra para un hombre y una mujer. La soledad es igualmente placentera o desagradable (según las subjetividades) para uno u otro sexo: no creo que más allá de las diferencias anatómicas y la maternidad, nos diferencien cosas fundamentales, o en todo caso es la misma diferencia que va de un sujeto a otro. Creo que la soledad es tan buena como la compañía y, así como es necesario a veces compartir experiencias (para lo cual vivir solo es perfectamente posible), también es absolutamente necesaria la introspección. Respecto de lo que es mejor: en mi caso que conocí veinte años de matrimonio (moderadamente bueno o bueno casi siempre), yo elijo (sin dogmatizar) la libertad que me da la soledad, mi tiempo interior, mi capacidad de mirar hacia dentro que se hace mucho más difícil con otro. No tengo ni ascendientes, ni colaterales ni descendientes, eso me quita una gran posibilidad de conflictos. Después de todo mi persona es la única que me acompañará hasta el último momento y es necesario aprender una buena convivencia conmigo, un amar-se, sin el que no podría escribir, y un salirme del mandato social de la necesaria compañía, así como me desprendí de la maternidad obligatoria. No es fácil, la sociedad no nos ha enseñado a querernos y no autodestruirnos, así que es el mejor de los aprendizajes. Incluso me animo a decir (para mí, insisto, no estoy predicando) que es la única posibilidad de adentrarme en mi obra y saber (el más complejo de los caminos) o aproximarme a saber quién soy.
(c) Liliana Díaz Mindurry
Escritora
Buenos Aires
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