¿Puede una mujer ser feliz estando sola? O: ¿cómo se cuecen las habas?
Otro 8 de marzo instaurado en 1952 para recordar la muerte de 146 obreras o/y un pronunciamiento masivo contra la guerra en 1914, además de una sublevación de mujeres rusas en 1917. Desde entonces “nuestro” día internacional. Y ante la pregunta: ¿Puede una mujer ser feliz estando sola?, me pregunto a qué soledad y a qué mujer podría referirme.
¿A la mujer terrateniente, dueña de numerosas hectáreas y donde “sus” peones (hombres y mujeres) viven una situación bien diferente a la suya, ya sea sola o acompañada? ¿A la mujer profesional, clase media, que para “realizar su vocación” necesita de otra mujer que “le haga la limpieza”, es decir, que prepare la comida, que limpie el baño de “la señora”, la ropa interior y le cambie las sábanas y que además bañe “a los niños y niñas”? ¿A la mujer maestra, hoy algo devaluada pero muy valorada por mí, dado que es la que transmitirá las letras y significaciones? ¿A la mujer cartonera que durante horas juntará residuos que otra mujer dejó?
Se nace en un mundo de signos, en un determinado momento histórico. ¿Es posible, allí, elegir el propio destino y no el que los mandatos sociales indican? Creo que para elegir es necesario, al menos, cierto grado de alfabetización (es decir, no aparentar lectura sino ser capaz de discernimiento, de reflexión). Si las mujeres que hoy hemos llegado al voto, a caminar tan tranquilas como “los señores” por las calles de la ciudad, reflexionáramos, no creo que nos gustaría ser las propias explotadoras de otras mujeres, incluso de mujeres - niñas. Esas adolescentes que dejan sus hogares y SOLAS, van a casas “cama adentro” para subsistir, por ejemplo. Tampoco aceptaríamos que se nos muestre en afiches y programas de televisión como objetos de burla ni creeríamos que unos kilos menos, unas arrugas menos, nos harían poseedoras de felicidad. O sea que a pesar del “largo camino recorrido”, quedan muchas cuestiones a repensar, a resolver. (Tanto para hombres como para mujeres).
Haré un recorte y elegiré a las mujeres de cierta clase media (a la vez, en ese punto en que el “horizonte” de las clases sociales parecieran “comprenderse”: la respresentada por Edda Díaz, actriz excelente, en la obra Mi reina, amorcito, corazón. Allí se muestra a una mujer que, a la vez que nos cuenta, reflexiona sobre su vida. Una mujer “típica”(aún): la que desea casarse, tener niñitos, una situación económica holgada y, como trabajo: el de “encargada” de todo el acontecer del mundo hogareño. Le dijeron sus padres, las telenovelas, la publicidad, etc. que allí se encierra la felicidad pero claro, en un grupo cerrado llamado “familiar”, en ese contrato donde se debe acumular para un supuesto progreso, donde “el afuera no importa o es peligroso”, no hay otra “salida” que desencadenar violencia. Y de la misma promesa de dicha, surge la desdicha. En “Mi reina…” el personaje actuado por Edda Díaz “vive” acompañada de marido, hijos, nietos y en una inmensa soledad. Sin diálogo posible, corriendo desde la mañana a la noche, la mujer debe cumplir su rol servicial (servil). A la vez, el hombre también responde a un mandato; pareciera tener que gritar, “ordenar”, destratar y luego disculparse para volver a gritar. Él, también, un explotado más en la cadena de producción. La otra cara de la moneda. Sin embargo, creo que el papel más difícil le toca a la mujer en ese cotidiano enredo familiar.
Varias mujeres decidieron estar en apariencia solas para poder acercarse a su deseo. Sor Juana Inés, por ejemplo, y muchas otras que prefirieron una vida en celdas de estudio a ser esposadas. Y, sin embargo, en su hacer contaban más los otros y las otras.
Entonces, ¿puede una mujer ser feliz estando sola de familia? Creo que sí, si se “anima” a escuchar su propio deseo de hacer y encuentra interlocutores. Creo que puede estar sola entre una multitud (familiar) y no sola sin el aparato institucional. Tal vez, se trate –solamente- de acceder a la fuerza que implica formar parte de la sociedad, interrogarse, preocuparse y ocuparse de lo que nos pasa como comunidad y salir del cuento de Reina, amorcito, corazón. Comprender que hay una responsabilidad hacia las otras y los otros. Creo que esto se puede lograr desde el centro de la casa, como en la plaza pública. La mujer podría ser feliz y no asolada. Feliz y sola, alejada de los relatos que la convierten en un objeto de mercancía más. Recuerdo las palabras del poema: “cada uno está solo en el corazón de la tierra, alumbrado por un rayo de luz…”
(c)Susana Szwarc
Escritora
Buenos Aires
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